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((**Es2.134**) -Ah, sí; ícon mucho gusto!, respondió don Bosco. Y tomando una silla se sentó junto a su cama. -Bien, le dijo, qué desea? -Dígame una buena palabra. -Tengo una que quisiera decirle. -Cuál? -íConfesión! -íConfesión! Hace ya mucho tiempo que no me confieso. -Pues confiésese ahora. -Mire: esta mañana ya vino otro sacerdote que quería confesarme; pero yo le eché fuera de malos modos. -No hablemos de eso. Ahora piense en arreglar su conciencia. Y don Bosco empezó: -Deus sit in corde tuo. (Sea Dios en tu corazón.) -Pero ahora no estoy preparada para confesarme. -Precisamente porque no está preparada yo le he dado la bendición para que se prepare. -Pero es que ahora no tengo ganas: cuando me cure, iré a confesarme en cualquier iglesia de Turín; o bien, ((**It2.166**)) apenas pueda iré a la capilla del hospital a hacer mis devociones. -Usted cree que puede todavía curar? -Ahora me siento mejor. -Así le parece a usted, pero no es así. -Cómo? -Quiere que le diga una palabra en nombre de los médicos y en nombre de Dios? -En nombre de los médicos no, más bien en nombre de Dios. -Pues en nombre de Dios le digo, que El, en su infinita misericordia, le concede todavía algunas horas, para que pueda pensar en su alma. Son ahora las cuatro de la tarde y todavía tiene tiempo para confesarse, comulgar, recibir los santos óleos y la bendición papal. Ya no hay que hacerse ilusiones. Mañana estará usted en la eternidad. -De veras? íNo es posible! -Le he dicho que no hablo en nombre de los hombres, sino en nombre de Dios. -íEternidad!... íEternidad! íAy, qué palabra... me da miedo! -Pues empecemos; yo le ayudaré. -Pero, y aquel sacerdote a quien insulté? Me angustia pensar en mi trato tan grosero. (**Es2.134**))
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