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((**Es2.121**) añadiendo que el sacerdote está siempre dispuesto a confesar. Le recomendé especialmente que tratara bien en el confesonario a aquellas buenas mujeres, que tuviese con ellas mucha caridad y paciencia y que las encargase de acompañar a otros a confesarse. El párroco me dio las gracias y en adelante obró según mi recomendación. Al poco tiempo todo el pueblo se confesó con él y se aumentó grandemente el número de las comuniones en aquella parroquia>>. En esto don Bosco seguía y daba normas tan precisas y prudentes, que frenaban la impaciencia de los que encontraban demasiado enojoso y pesado escuchar ciertas confesiones y, por otra parte, no dejaba de poner sobre aviso a los que, con demasiada facilidad, creen en las apariencias de santidad de los que ellos dirigen. Sucede con frecuencia que un sacerdote tiene que confesar ((**It2.147**)) a personas buenas, pero escrupulosas y poco obedientes. A veces, esas personas piden cambiar de confesor y el párroco, por miedo a que pierdan la cabeza, no se lo permite. Don Bosco decía: <>. Don Bosco aseguraba que esas buenas mujeres piadosas, aunque molestas, escrupulosas e indiscretas hacen mucho bien; él no permitió nunca que se hablase de ellas bromeando, llamándolas beatas, en sentido despreciativo. Las llamadas beatas son las más de las veces el sostén religioso de un pueblo o de una parroquia; y el no atenderlas o tratarlas mal, equivale a enfriar un pueblo entero de cara a la frecuencia de los sacramentos. Muchas veces, la mejor manera para hacer florecer la piedad en una población, está precisamente en saber servirse de estas buenas mujeres. Ellas son las que sostienen el culto de la casa de Dios, las que se industrian para impedir o gritar un escándalo, las que dan o recogen los medios para promover una obra de benficiencia o de religión. Y, en realidad, lo que de ordinario las hace un tanto pesadas, no es más que la ignorancia y el excesivo temor; pero muchas veces son almas del todo inocentes, que pasan años y años sin cometer un pecado mortal, ni siquiera venial deliberado. Pero si el confesor las contraría, no se atreven ya a acercarse a él, hablan de ello con amigas y comadres, andan siempre pensando en esto, y, sin quererlo, enfrían con sus lamentaciones la piedad de todos aquellos con quienes tratan. (**Es2.121**))
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