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((**Es2.118**) Cafasso que fuera don Bosco; y don Bosco, en parte para condescender a los santos deseos de don Cafasso y en parte para cooperar a la buena marcha de una obra tan meritoria a los ojos de Dios, no dejó de acudir a ellos hasta 1875. Hizo muchos años ese viaje a pie; salía de Turín a las tres de la madrugada y llegaba a San Ignacio hacia las diez de la mañana. Don Cafasso, el teólogo Golzio y don Begliati ponían todo en sus manos. No se encargó nunca de la predicación; pero, apenas tuvo la licencia de confesión, casi todos querían confesarse con él y él atendía a todos. No es fácil calcular el bien que allí hizo. A lo largo de esta historia contaremos algunas anécdotas que allí le sucedieron. Merced a sus geniales iniciativas todos giraban en su derredor durante el tiempo de recreo y era éste el momento en que recogía en sus redes los peces más gordos, y se los ganaba con su habilidad. Al volver de San Ignacio pasó el verano en Turín atendiendo al confesonario y a sus queridos muchachos. Pero, poco ((**It2.143**)) antes de la fiesta del Rosario, fue a Castelnuovo, lo que llegó a ser en adelante, su costumbre, sobre todo desde que pudo levantar una capillita en el caserío de I Becchi. Aquel año se añadía a las Letanías Lauretanas y se cantaba en ocasiones la invocación Regina sine labe originali concepta, ora pro nobis (Reina, concebida sin pecado original, ora pro nobis). Así lo había ordenado Monseñor Fransoni, por concesión obtenida de Roma. Pero, mientras vemos a don Bosco dedicado con sus amados superiores a promover el orden moral, aspiraciones bien opuestas agitaban la corte real. Las secretas y manifiestas relaciones de Carlos Alberto con el partido liberal, que no dejaba de trabajar en Turín, en otras partes de Italia y en el extranjero, iban en aumento. Máximo d'Azeglio imprimía novelas llenas de amor patrio, mientras Balbo, creyente católico, pero iluso, publicaba su libro Le speranze d'Italia (Las esperanzas de Italia) exaltando la idea de una Italia por la unión de todos los Estados Italianos, la única posible, en la que no fuera el Papa rey de toda la península, ya que, por la misión divina que debe cumplir, no debe estar sometido a nadie. Escudo y caballero de la Liga debía ser, desde luego, el rey Carlos Alberto. Esta obra secundaba maravillosamente las ideas de Vicente Gioberti reunidas en el volumen El primado civil y moral de los italianos. Estos libros estaban destinados a hacer lo más populares posible las nuevas aspiraciones de libertad. El nombre y las doctrinas de estos tres autores piamonteses corrieron por toda Italia. Pero la obra que hizo mayor ruido fue la de Gioberti. En esta (**Es2.118**))
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