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((**Es2.102**) en la Residencia Sacerdotal. Debía clausurarse, según el reglamento, con los ejercicios espirituales en San Ignacio de Lanzo. Al sur de Lanzo (Turín) se levanta, a novecientos diez metros sobre el nivel del mar, una cumbre separada de los Alpes, llamada Bastía. Es un monte en gran parte rocoso y estéril, cubierto, acá y allá, de castaños, abetos y alerces. Había en la cima de este monte una capilla dedicada a San Ignacio de Loyola, fruto de un voto hecho en el siglo XVI por los poblados de los alrededores, devotos del Santo, en razón de una aparición entre misteriosos esplendores y dulces armonías. Pronto empezaron las peregrinaciones desde todos los puntos del Piamonte, principalmente la víspera del primer domingo de agosto, fijada para la solemnidad del Santo. En 1677 se cedió la capilla a los Padres Jesuitas, los cuales construyeron la actual iglesia y un pabellón adjunto con dieciséis habitaciones. Después de expulsar a los Jesuitas en 1774, el teólogo Luis Guala empezó, hacia 1804, a subir a aquella soledad con algunos compañeros, para hacer retiros espirituales. Siguió haciéndolo cada año y creció tanto el número de asistentes que debían alojarse dos en cada celda. En septiembre de 1808 hubo también unos ejercicios para seglares y llegaron a reunirse treinta y dos. En 1814 monseñor Della Torre nombró a don Guala Rector de aquel Santuario, por tantos años abandonado, y lo destinó a la provechosísima obra de los Ejercicios Espirituales. A partir de entonces había allí cada año tres tandas: una para sacerdotes, otra para seglares y una tercera para la ((**It2.123**)) piadosa Obra de San Pablo, que se preocupaba de los subsidios pecuniarios. El teólogo Guala conservó este directorado, que le era muy querido, hasta la muerte. Hasta el 1847 él mismo predicó casi siempre las meditaciones. Para predicar las instrucciones buscaba los mejores predicadores que hallaba en el clero secular y regular: son célebres entre otros el señor Durando de la Misión, el Canónigo Rebaudengo, los Párrocos Compaire y Cagnoli y los jesuitas Bresciani, Menini, Mellia y Lolli. Sólo Dios sabe cuántas almas salieron de allí inflamadas de santo fervor y cuántos pecadores se refugiaron bajo las alas de su misericordia. Don Cafasso hacía, durante sus lecciones en la Residencia, una calurosa exhortación a sus alumnos para que tomaran parte en estos Ejercicios y les enseñaba con gracia a hacerlos con provecho. Don Bosco no podía faltar. Es él mismo quien escribe: <(**Es2.102**))
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