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((**Es19.64**) y con los sellos intactos. Se quitó la tapa y apareció la de la tercera caja de cinc, bastante gastada y en parte rota por una causa que se remontaba a trece años atrás. El año 1904, con autorización de la autoridad civil y en presencia del cardenal Richelmy, se había exhumado el cuerpo de don Bosco, en forma muy secreta, para observar en qué estado se encontraba el continente y el contenido y para apagar la piedad de los componentes del décimo Capítulo General de la Sociedad, reunidos en Valsálice y deseosos de volver a ver las facciones de su Padre. En aquella ocasión uno de los médicos municipales quiso verter dentro de la tercera caja una sobreabundante solución de bicloruro de mercurio, cuya acción corrosiva había atacado el metal. Al remover totalmente la tapa de cinc, <>. El cadáver aparecía momificado. La cabeza, ligeramente vuelta hacia la izquierda, estaba cubierta completamente por la piel casi ((**It19.67**)) ennegrecida con los cabellos bien conservados; los ojos estaban consumidos bajo los párpados, todavía con pestañas y cejas; la boca abierta dejaba ver las encías deformadas, con tres dientes todavía en la parte superior y cinco en la inferior y secas las aparentes partes blandas, pero no se veía la lengua; la nariz, bien conservada, tenía la punta algo doblada hacia la izquierda: también se veía íntegro el pabellón de ambas orejas. En el cuello, intacto, se advertía la laringe saliente y cubierta con sus tegumentos. Los brazos estaban extendidos a lo largo del cuerpo, con las manos todavía cubiertas por la piel ennegrecida, con los dedos íntegros y las uñas. El cuerpo y las articulaciones superiores e inferiores estaban envueltos con los ornamentos: casulla, sotana, calcetines, zapatos, todo bastante bien conservado, pero empapado todavía en sublimado corrosivo. El trabajo de reconocimiento se empezó el sábado día trece, se suspendió el domingo y se acabó el lunes. Se volvieron a cerrar las cajas, se sellaron y de nuevo se colocó el féretro en su nicho, a la espera de otro reconocimiento más solemne. Se levantó acta de todo. Terminada la transcripción de todo ello, se envió el legajo a Roma el 26 de noviembre de 1918. Y así se daba por cumplida la función esencial de los jueces eclesiásticos de Turín. Ya dijimos en el capítulo segundo cuanto nos pareció suficiente para dar una idea sobre su constitución; mas no se creyó necesario informar vez por vez a los lectores de las sucesivas modificaciones.(**Es19.64**))
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