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((**Es19.248**) almas, hermosa como las gracias de María Auxiliadora; una visión que Nos vemos en vosotros y detrás de vosotros en una extensión que alcanza hasta los confines del mundo. Y queremos que nuestra bendición llegue precisamente hasta los confines del mundo, hasta donde llega nuestra visión. Vosotros llevaréis esta bendición en todas esas direcciones hacia las que vuela vuestro pensamiento y vuestro afecto. Queremos bendecir todo lo que más queréis con vuestro pensamiento y vuestro corazón y que deseáis sea bendecido. No es necesario añadir que no sólo pensamos en vuestras familias espirituales, sino también en aquellas que llevan vuestro propio nombre, en vuestras propias familias. Nuestra bendición quiere seguir vuestro pensamiento y descender allí donde vosotros deseáis. Si tenéis en vuestro pensamiento almas que necesitan o que han merecido la bendición paterna del Vicario de Cristo, Nos queremos responder a todas esas vuestras intenciones y deseos. Y con particular afecto, como otrora vuestro y nuestro querido don Bosco, Nos pensamos en los pequeños, en los párvulos del Divino Redentor, a los que San Juan Bosco tan paternalmente cuidaba, Nos los bendecimos antes que a nadie, porque son un tesoro preciosísimo y a menudo abandonado y despreciado, falto de toda atención; y, además, porque tienen ante sí la vida y nuestra bendición quiere bendecir en ellos su porvenir con todas las promesas y esperanzas y también como antídoto para todos los peligros y amenazas. Y no queremos olvidar a los que están en el otro extremo de la vida, a vuestros ancianos, a vuestros viejos, especialmente a los que están enfermos, y tienen por ello más derecho a los cuidados de vuestra caridad y al aliento de nuestra bendición. Vosotros llevaréis esta nuestra bendición a las distintas regiones y Nos pedimos a Dios que ella os acompañe, no sólo durante el tiempo que os queda por estar en Roma, para que os sea propicio y provechoso a vuestras almas, sino también durante vuestra inminente vuelta ((**It19.297**)) a vuestras casas, y que os acompañe siempre y permanezca siempre con vosotros durante toda la vida. Dicho esto, levantóse el Papa y pronunció la fórmula de la bendición. Una gran salva de aplausos quiso servir de agradecimiento. Cuando el Santo Padre subía a la silla gestatoria, alguien le observó que muchos de los que estaban a ambos lados del altar de la Confesión, le habían oído pero no le habían visto. Entonces él ordenó que se diera la vuelta alrededor, y así contentó también a aquella parte del auditorio. Y después, mientras pasaba lenta y majestuosamente y movía de un lado para otro la cabeza dando bendiciones con su diestra, no cesaron ni un momento las aclamaciones, el alzar de brazos, los pañuelos agitados por los aires. Al contemplar aquel entusiasmo filial, cuando llegó al fondo de la nave, hizo volver la silla gestatoria, púsose en pie y abrazó con una bendición de despedida a toda la asamblea, que le respondió con la última y fervorosísima aclamación. Había transcurrido una de aquellas horas, cuyo recuerdo queda indeleblemente impreso en el corazón, más que en la memoria. (**Es19.248**))
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