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((**Es19.197**) sello de la Autoridad Apostólica, a la par que acelera el ritmo de la Causa, nos asegura otra vez la divina intervención en la glorificación de nuestro Beato Padre; ((**It19.233**)) de satisfacción para nosotros que, en nuestro corazón de hijos, ya pregustamos el gozo del gran día en el que toda la Iglesia, por el Magisterio del Vicario de Jesucristo, glorificará a nuestro Padre, envuelto con la aureola de los Santos. Por eso, hoy, al dar gracias a Dios y a Vuestra Santidad por tan señalado beneficio, siento vibrar en mi voz el latido de la doble Familia de don Bosco (séanos permitido llamarle todavía con esta denominación, en la que se juntan para nosotros los recuerdos de tantas y tantas cosas queridas), de esa doble Familia que tiene en él su origen, su espíritu y la confianza en el porvenir; origen que costó al Padre amado largos, inenarrables sacrificios; espíritu que con renovados propósitos nos proponemos conservar íntegro y ferviente; confianza que, por muchas razones de orden superior, aumenta en nosotros de día en día, estimulándonos cada vez más a trabajar con afán incansable por la gloria de Dios y el bien de las almas en el campo que nos ha señalado el Dueño Evangélico. La constante llegada de numerosos operarios a reponer y engrosar las filas de las Familias espirituales del Beato don Bosco nos hace esperar con seguridad que su gran ideal, la educación cristiana de la juventud según las enseñanzas de la Iglesia y las normas de su Cabeza visible, estará siempre en marcha progresiva. Y que de este modo nos obtenga nuestro Beato Padre recoger cada vez más abundantes frutos de la Redención, cuyo decimonoveno centenario ha hecho tan solemne Vuestra Santidad en todo el mundo, con este extraordinario Jubileo. Estos son los sentimientos con los que el humilde Sucesor del Beato don Bosco se postra esta mañana a los pies de Vuestra Santidad para tributarle el homenaje del común reconocimiento y para implorar sobre los Salesianos y sobre las Hijas de María Auxiliadora, sobre sus alumnos y exalumnos y sobre la gran Familia de los Cooperadores, la gracia de la Bendición Apostólica. Después de besar el pie al Padre Santo, don Pedro Ricaldone con sus asistentes, se retiró. Entonces tomó la palabra Su Santidad. Su hablar procedía de una visible y profunda reflexión. Hubo un instante, en el que, evocando un pasado de más de cincuenta años, cuyas suaves impresiones llevaba esculpidas en la mente, estuvo a punto de conmoverse; pero rápidamente, con un acto enérgico de la voluntad reaccionó y mantuvo el tono sereno y solemne de su voz. Es la tercera vez que don Bosco -y decimos <> para rememorar dulces recuerdos- nos invita, o mejor, nos pone en la feliz necesidad de hablar de él, casi como un recuerdo, y se diría también querido por él, ((**It19.234**)) del ya lejano encuentro personal y de aquel más bien corto, pero no fugaz contacto que la Divina Bondad Nos concedió tener con el Beato. >>Qué decir y añadir, después de lo que ya se ha dicho, y lo que el Decreto y las palabras que le han seguido han recordado respecto al Siervo de Dios? >>Qué añadir, después de lo que tantas biografías, vidas y publicaciones sobre don Bosco, unas muy extensas y otras breves, han dicho de él a cuantos han querido saberlo y también a los que no quieren, imponiéndose hasta a los más despreocupados por las maravillas que narran del Beato? (**Es19.197**))
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