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((**Es19.194**) concluyó ordenando que se preparara el decreto de aprobación, fijando el domingo día diecinueve para la proclamación oficial. El ceremonial de este suceso tiene tres momentos. Primero, ante el Papa sentado en el trono, lee el Secretario de Ritos el decreto; después, la persona más calificada de la Orden, Congregación o Diócesis, a la que pertenece el Siervo de Dios, lee un breve mensaje al Papa; finalmente Su Santidad pronuncia un discurso. La lectura se hizo aquella mañana en la sala del Consistorio, repleta de público. Naturalmente intervinieron el cardenal Laurenti, Prefecto de Ritos, y el cardenal Verde, Ponente de la Causa. Entre los Prelados italianos se destacaban el americano monseñor Castro, arzobispo de Costa Rica y el francés monseñor Lamy, obispo de Meaux. Ocupaba un lugar distinguido el Rector Mayor de los Salesianos, don Pedro Ricaldone, con los miembros de su Capítulo y con el Postulador y los Abogados de la Causa. Monseñor Carinci, invitado por el Prefecto de Ceremonias, se acercó al trono pontificio y, obtenido el permiso del Padre Santo, leyó el decreto, el cual empezaba con el Evangelio de aquella domínica XXIV después de Pentecostés. He aquí la traducción. El pasaje del Evangelio de hoy nos recuerda e invita a meditar aquellas palabras con las que el Divino Fundador de la Iglesia, Jesucristo, anunciaba el futuro desarrollo de ésta: El reino de los cielos es semejante a un grano de mostaza... que es más pequeña que cualquuier semilla, pero cuando crece... se hace árbol, hasta el punto de que las aves del cielo vienen a anidar en sus ramas (Mt., XIII, 31-32). Esta nota de humildad caracteriza siempre los principios de las obras que proceden de Dios, tanto más característica cuanto más maravillosos son los desarrollos que la Divina Providencia dispone. Es éste un pensamiento que viene espontáneamente a la mente siempre que ((**It19.230**)) nos ponemos a considerar dónde y cómo empezó esa magnífica Obra de educación, fundada por el Beato Juan Bosco, que hoy maravilla por su rápida difusión, su florecimiento y desarrollo por todas las partes del mundo. Habríais visto a un humilde sacerdote, todavía joven, modesto en su atuendo, de rostro abierto y jovial, que, después de haber entretenido con juegos y diversiones, en un prado casi desierto a las puertas de Turín, a los hijos del pueblo abandonados por las calles, los reunía en una especie de mísero tugurio, y con palabra dulce y persuasiva les enseñaba el catecismo, y los atraía con arte maravillosa a la piedad. En aquella zona suburbana de entonces, llamada Valdocco, se refugió con sus muchachos, pobre y despreciado por muchos, como un peregrino sin techo, después de haber sido echado de otros lugares y perseguido de diversos modos, por los mismos motivos. Pero ardía en su corazón la llama divina de la caridad y se reducía a cumplir la obra inmensa que, por inspiración del Espíritu Santo, maduraba en la mente. Hoy ya todos saben los beneficios que produjo su obra y cómo han crecido las dos familias religiosas por él fundadas; pero a costa de muchas y grandes fatigas del apóstol, a fuerza de voluntad y con constante paciencia en medio de toda suerte de dificultades. Apenas si puede concebirlo la mente y faltan palabras para expresarlo. (**Es19.194**))
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