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((**Es19.192**) en contra del carácter sobrenatural de los dos casos. Respondió a ellas separadamente el Abogado de la Causa. Entonces, con los sumarios de los procesos y sus documentos, los informes de los peritos, las objeciones del Promotor de la Fe y las impugnaciones del Abogado formaron la Positio, que se imprimió y se distribuyó a los Cardenales, Oficiales y Consultores de Ritos en el mes de julio de 1932, a la espera de las tres Congregaciones, como ya hemos visto que se hizo para la Beatificación. Pero antes de seguir adelante, nos interesa dar a conocer sumariamente la segunda curación. Rodolfo Hirch de Innsbruck, después de doctorarse en medicina y especializarse en el cuidado de los tuberculosos, contrajo por contagio la enfermedad. En el ((**It19.227**)) primer momento le trataron por largo tiempo con cuidados severos. Pero, al reemprender su trabajo, sólo estuvo bien durante poco más de un año, hasta fines de 1928, cuando el proceso pulmonar se agravó más. El trece de mayo se encontraba tan extremadamente falto de fuerzas, que se vio obligado a ingresar en un sanatorio. Las medicinas tomadas, comprendido el neumotórax, frustraron toda esperanza. La radioscopia descubría una gruesa caverna pulmonar de naturaleza tuberculosa. Entonces el clérigo salesiano José Divina, hoy sacerdote, propuso a la suegra del enfermo que hicieran una novena a don Bosco. Empezáronla el quince de mayo para terminarla el veinticuatro, fiesta de María Auxiliadora. Tomaban parte en ella el enfermo, su familia, los padres de la esposa y los Salesianos del colegio de Treviglio. En los últimos días aplicóse el enfermo al pecho una reliquia de don Bosco, precisamente una gota de su sangre, absorbida en un pegujón de algodón. Poco después, el examen radioscópico causó una gran sorpresa, que llegó al colmo el día veinticuatro: aquel día, pese al largo período de cama que llevaba el enfermo, se levantó sin ningún cansancio y fue en automóvil a la clínica médica. Los radiólogos no vieron ya ninguna caverna y habían desaparecido totalmente los otros síntomas. El examen de las expectoraciones, anteriormente siempre positivo, apareció negativo y continuó siéndolo así. Rápidamente mejoraron las condiciones generales. Los más insignes especialistas de Innsbruck y Viena, que conocían muy bien su estado, no podían comprender la razón del repentino cambio. En octubre de 1929 reemprendió el doctor Hirch sus ocupaciones, resistiendo períodos de intenso trabajo, sin el menor trastorno. Tres años más tarde, podía afirmarse que la curación no sólo era completa, sino definitiva. Pero, uno de los peritos llamados a dar su opinión legal, puso objeciones a este milagro. Sin embargo, aquellas objeciones fueron (**Es19.192**))
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