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((**Es19.133**) sonriente y alzando los brazos, y admiró el espectáculo de la juventud alborozada; después se sentó en el trono. Mientras tanto, había sucedido un pequeño episodio que queremos narrar. Algunos colegios salesianos habían acudido con sus bandas de música y habían entrado tocando en el patio. Esto había molestado al Maestro de la banda palatina, que debía ejecutar el himno pontificio a la llegada del Papa; pero, cuando sólo faltaban unos minutos para llegar el Padre Santo, ya habían los Superiores logrado imponer silencio. Y allí estuvo el percance. Aparecía ya el Papa y estaba el Maestro a punto de dar la señal para comenzar el himno, cuando llegó una banda colegial retrasada interpretando de repente una marcha. Entonces el Maestro, con la batuta en el aire, perdió la paciencia. El Papa, que se dirigía hacia el trono y se dio cuenta de ello, le dijo: -Paciencia, Maestro. Estamos en un oratorio festivo. Cuando las aclamaciones de la multitud y las notas del himno acabaron, la Schola cantorum del colegio del Sagrado Corazón, dirigida por el maestro salesiano Antolisei, ejecutó las Acclamationes en honor del ((**It19.153**)) Papa, según la antigua liturgia. Siguió el canto del Oremus pro Pontifice, entonado por los doscientos clérigos salesianos del Instituto teológico internacional de Turín, que habían ido a Roma. Por fin prorrumpieron al unísono los muchachos con el himno salesiano, que nunca habían cantado con tanto ardor. El Papa escuchaba con visible complacencia. Cuando terminó el canto, acercóse al trono el Rector Mayor y leyó el siguiente discurso: Beatísimo Padre: Toda la Familia Salesiana está llena de júbilo y alegría en torno a su Padre Fundador, que ayer ha elevado Vuestra Santidad al honor de los altares y ha venerado sus Sagradas Reliquias. Una numerosa representación de Salesianos, Hijas de María Auxiliadora, exalumnos, cooperadores y admiradores del nuevo Beato acudió al faustísimo y memorable suceso y tiene ahora la fortuna de encontrarse conmigo a los pies de Vuestra Santidad, para repetir el unánime consenso de afecto filial de la familia salesiana a Vuestra Augusta Persona. Vinieron de todas partes, hasta de las más remotas e inhabitables misiones, atraídos por el ternísimo amor que desde su infancia han tenido a nuestro Beato Padre. Me parece digno de poner de relieve la presencia de unos pocos de sus primerísimos hijos, testigos oculares, porque Vuestra misma Santidad <> supo describir finalmente la atracción que el Beato ejercía sobre sus primeros apóstoles para lanzarlos a la conquista de las almas. Estos venerandos decanos de la Familia Salesiana, que vieron con sus ojos y palparon con sus manos la santidad de don Bosco, han venido hoy aquí para unirse a la (**Es19.133**))
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