Regresar a Página Principal de Memorias Biográficas


((**Es18.739**) -Si es así, replicó la Marquesa, yo no tendría objeciones que hacer. Pero todo está en que mi hijo sea de mi parecer. Si él lo consiente, como espero, téngalo por hecho. Don Juan Marenco salió con el corazón muy satisfecho. La señora Marquesa había realizado un cambio milagroso en un instante. Ella había expuesto años antes a su hijo la petición de don Bosco y, por tanto, le habló también de esta última. Mientras tanto, algunos especuladores, que se enteraron de estos pasos, presentaron varios proyectos al Marqués para la compra de aquel terreno. Estaban dispuestos a dar doscientas mil liras. Querían aprovecharse de la necesidad de los Salesianos para obtener una ganancia de cincuenta o cien mil liras. Proyectaban empezar a echar los cimientos de un edificio de manera que, al ver los Salesianos que se edificaba de veras, y que pronto tendrían muy cerca inquilinos de toda clase, los cuales verían y oirían todo lo que se hacía en casa, habrían pagado cualquier cantidad para librarse de tal peligro. Y el jefe de todos ellos era uno con fama de buen católico, que frecuentaba la iglesia y era muy del Papa y de la religión. Esta manera poco delicada no parece conformarse a los sentimientos religiosos que profesaba. El corredor manifestó a De Amicis este proyecto que tenía muy poco de generoso. Una mañana llamó el marqués Marcelo Durazzo a De Amicis y le dijo: -Venga, vamos a Sampierdarena al hospicio de San Cayetano. No me dejan en paz ni un momento con la cuestión de nuestra propiedad; calculo que son capaces de perseguirme mientras viva. Quiero librarme ya de este fastidio. Usted, que tanto terció como intermediario en este asunto, tenga la bondad de acompañarme. ((**It18.877**)) De Amicis subió el coche ya preparado y, contento interiormente, fue a Sampierdarena. Entraron en el Hospicio y se encontraron bajo los pórticos con don Juan Marenco que recibió al Marqués con toda cortesía y le hizo visitar los talleres, las clases, los dormitorios. Todo le gustó al Marqués y quedó muy contento. Subieron después a la terraza sobre los pórticos y se pararon casi frente a la habitación de don Bosco. Al llegar allí, volvióse el Marqués a don J. Marenco y le dijo: ->>Y ése es el terreno que necesita? -Sí, señor; mire, diez metros hacia aquí a partir de aquellas columnitas que sostienen aquella pérgola. -Muy bien; hagamos, pues, el contrato. Cincuenta mil liras ante notario. -Señor Marqués, muy agradecido. -Pero dígame, señor director: >>por qué sólo quiere comprar esa parte de la finca? >>No podría comprarla toda? -íSeñor Marqués! Eso sería ciertamente fantástico, pero comprenda que no sabría dónde encontrar el dinero; hasta cierto punto puedo llegar, pero más, no. -Acepte, acepte, añadió De Amicis. -Cómprelo todo... Sólo le pido otras cincuenta mil liras, a pagar a plazos en varios años, en el día que fijemos, replicó el Marqués. No sé si don Juan Marenco llegó a oír las últimas palabras. Sintió desvanecerse, por un instante sus ojos perdieron la visión y se apoyó en la barandilla para no caer. El Marqués le contemplaba, mientras dos gruesas lágrimas corrían por sus mejillas. Cuando don J. Marenco volvió en sí de aquel desvanecimiento, el marqués Marcelo continuó: -Pero, como buenos negociantes, es preciso que arreglemos los asuntos normalmente. >>Qué me da en prenda? (**Es18.739**))
<Anterior: 18. 738><Siguiente: 18. 740>

Regresar a Página Principal de Memorias Biográficas


 

 

Copyright © 2005 dbosco.net                Web Master: Rafael Sánchez, Sitio Alojado en altaenweb.com