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((**Es18.63**) que, por causa de su esposo, se había enemistado con ella y con su padre y hacía mucho tiempo que no existían relaciones cordiales entre las dos familias. Cuando vio don Bosco la pena de los padres por aquella discordia, se ofreció a servir de intermediario. Los esposos Broquier, contentísimos, dieron una comida en su honor y, por indicación suya, invitaron solamente a su hija y al yerno. Estos, con el deseo de sentarse a la mesa con don Bosco, aceptaron de buen grado la invitación. Era ya un buen paso. Durante la comida don Bosco no dijo nada que aludiera a los asuntos familiares, sino que, siempre alegre, entretenía a todos con sus joviales ocurrencias. Pero, al llegar a los postres, alzó su vaso y brindó por la paz, la concordia y el cariño en la familia; pero lo hizo de un modo tan delicado e insinuante que todos se emocionaron y arrebatados, se abrazaron y se hizo la paz. El lunes, día cinco de abril, el señor Obispo administró el sacramento de la Confimación a unos treinta muchachos en la capilla del Oratorio y, después de la función, se entretuvo un rato con don Bosco. Aquel día se celebraba en casa la fiesta de san José, ocasión propicia para invitar a comer con don Bosco a los principales bienhechores y celebrar una conferencia con los Cooperadores. Un selecto grupo de señores y señoras escuchó al conferenciante, y quedó vivamente emocionado con las palabras finales que quiso dirigirles el Santo, el cual, al recordar la caridad de los marselleses, se emocionó tanto que los sollozos le impedían hablar. Dedicó el día seis a las señoras de la Junta. Celebró ((**It18.63**)) la misa por ellas y, por vez primera, no las reunió en la casa rectoral de San José, sino en el salón del Oratorio, <>. En la Junta tratóse, en primer término, de la compra de un terreno cercano, por la imperiosa necesidad de ampliar la construcción y no tener que negar tantas solicitudes de entrada en el Oratorio. -Por el momento no es posible, dijo don Bosco. Hay que pensar primero en pagar las deudas. Yo conozco también las dificultades de los tiempos; hay muchos que quisieran hacer caridad, pero no pueden. Agradezcamos a la divina Providencia la ayuda que hasta ahora nos ha proporcionado. He hablado con don Pablo Albera y he visto que la casa debe todavía setenta mil francos por las construcciones ya hechas. Una vez saldada esta deuda, se podrá, con los auxilios de la caridad, hacer frente a los gastos ordinarios. Yo voy a Barcelona y espero encontrar dinero allí. Entonces el abate Guiol le interrumpió y, recordando que don(**Es18.63**))
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