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((**Es18.591**) Menzini todavía lo siento hoy; sin embargo los leía, porque me decían que eran clásicos, y yo me tragaba aquella medicina amarga, inclinaba la cabeza, me resignaba y decía: -Son aburridos, pero son clásicos, están publicados por la Biblioieca de los clásicos. Y después, me dirían en el quinto curso, que íera un orgulloso, que quería pensar con mi cabeza y no recibía con el debido respeto las enseñanzas de los profesores! íYo, que haciendo un esfuerzo y yendo contra mis sentimientos, pasé el tiempo más hermoso de mis años jóvenes haciendo lo que me decían! íYo, que en el quinto curso, me pasaba las noches copiando en mis cuadernos los fragmentos elegantes de Corticelli y Cinonio! Era en verano, durante los meses de junio y julio; había en el dormitorio un ambiente bochornoso, mefítico, que casi impedía respirar; mis compañeros, más cuerdos que yo, roncaban alegremente, y yo en un rincón, donde había montado una especie de tienda con el cubrecama, escribía frases, molestado (lo diré) continuamente por las pulgas que saltaban sobre mis cuadernos, y atormentado por el sueño, Me acostaba una hora después de media noche y me levantaba a las cuatro y media para seguir la ímproba tarea. íAsí se hace perder a los pobres jovencitos el tiempo y la salud y, lo que es peor, se acostumbran a creer que son algo con aquellos triviales ejercicios! íY se grita contra la indocilidad, cuando uno, más despierto que los otros, se rebela contra tales tonterías! Yo me rebelaba en mi corazón contra estos modos mecánicos, y a menudo no sabía disimular mi desaprobación, que se manifestaba por el porte frío y a veces desdeñoso que tenía, mientras el profesor hacía su enumeración de frases y sinónimos, explicando a un autor, o mejor, haciendo servir al autor de pretexto para alardear de sus conocimientos lingüísticos. Me rebelaba y hablaba de ello en ocasiones con los compañeros, cuando no podía contener mi indignación; y, sin embargo, hacía lo que me decían, porque no tenía otro camino, porque me gritaban que, me gustase o no, aquél era el modo de triunfar en los exámenes, para llegar a ser algo. ((**It18.688**)) De este modo venía a juntarse a las dudas que me agitaban, al descontento e inquietud por la falta de piedad, y a los pensamientos sobre la vocación, aquel sacrificio de trabajar de mala gana, de hacer lo que me parecía un esfuerzo inútil, para, después de todo ello, ser tachado de insolente; esto me hacía experimentar tanta pena y tanto disgusto en aquellos últimos meses del quinto curso, que el Oratorio me resultaba inaguantable y me consolaba el pensamiento de que pronto saldría de allí. Solamente me sabía mal abandonar a dos personas, a don Bosco y a don Miguel Rúa; y aquella bendita iglesia de María Auxiliadora, donde había comulgado tantas veces y donde aquellos dos santos sacerdotes habían consolado tanto mi corazón irritado y afligido. Don Bosco y don Miguel Rúa fueron para mí durante mi quinto curso dos ángeles salvadores, que, de tanto en tanto, renovaban en mi conciencia los sentimientos de los primeros años del Oratorio y combatían la triste influencia de la escuela. Don Bosco y la escuela eran dos fuerzas que luchaban dentro de mí alternativamente, venciendo casi siempre la segunda, mas sin poder alejar del todo la fuerza contraria. Durante las vacaciones deseaban mis parientes que fuese al Seminario y se extrañaban de mi reacción en contra; porque yo no había mirado nunca el Seminario con simpatía y no me gustaba, mas no porque no quisiera ser sacerdote, sino porque no quería serlo como aquellos que había conocido de muchacho, y sí como los de don (**Es18.591**))
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