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((**Es18.588**) como vulgarmente se dice; entonces estaba un poco disgustado por ello, pero ahora no. Durante los cinco cursos de Bachillerato, nunca perdí las ganas de aprender, sino que creció en mí el ansia de estudiar. >>Me hice mejor? Tengo que pararme y explicar más despacio mi pensamiento. Entré en el Oratorio con buenas disposiciones morales y, si durante los tres primeros cursos de bachillerato, no mejoraron, tampoco sufrieron pérdida. Pero, al llegar al cuarto curso, los quince de mi edad (1874-75), empecé a experimentar en mí nuevos sentimientos. Antes obedecía, casi espontáneamente, recibía los sacramentos sin ningún esfuerzo y hasta con gusto; no me costaba rezar, vivía tranquilo y en paz con todo el mundo. Aquel año empezó a pesarme la obediencia; el afecto que sentía por los superiores y maestros empezó a enfriarse, más aún, a desconfiar, exceptuando a don Bosco y a don Miguel Rúa, ante los cuales siempre callé alguna voz, algún sentimiento, menos recto. Eran muy grandes, y su evidente santidad se hacía respetar naturalmente, hasta en lo más secreto del corazón, por los muchachos más indisciplinados. ((**It18.684**)) Abandoné un poco la frecuencia de los Sacramentos, aunque no pasaba nunca quince días sin recibirlos, y encontraba mucha dificultad para prepararme a ello; me resultaba difícil rezar; en fin, ya no tenía aquella paz profunda de antes en el corazón: me invadía y me atormentaba un indefinible sentimiento de descontento y malestar. Aquel año había empezado a pensar en mi porvenir. Este me parecía muy claro en el primer curso: hacerme cura me parecía lo más fácil y lo más bonito. Pero no así cuatro años más tarde. No tenía ya aquella ingenuidad, aquella sencillez del primer curso, cuando ingresé en el colegio. La idea de hacerme sacerdote fue desapareciendo de mi mente y no era muy aceptada por mi corazón. No me espantaba el sacerdocio en sí mismo, sino sus obligaciones, de las que se apartaba molesto mi orgullo, que empezaba a desplegarse. Don Miguel Rúa, a quien acostumbraba hasta entonces abrir mi conciencia en la confesión, me aconsejó que confiase en adelante mis secretos a don Bosco, y obedecí; pero ello no impidió que fueran aumentando las nubes en torno a mi corazón. Nacían en mí deseos nuevos, nunca experimentados con anterioridad, de más libertad; sueños de una vida larga, cubierta de fama, de honores y de gloria. Veía entonces la vanidad de todo esto; pero no dejaban de excitarme aquellos fantasmas. Acudía a mi mente el recuerdo de mi madre, los trabajos de mi hermano mayor, la enfermedad del segundo, mis dos hermanas, que se ganaban la vida, aun siendo tan jovencitas; pensaba en mi padre. Confieso que, ante aquellas imágenes y recuerdos tan santos, disminuía mi orgullo y volvía a la verdad de mi estado; mas por poco tiempo, porque volvía la vanidad, se encendía la fantasía y se recrudecían las luchas internas con más vigor. >>Por qué me pasaba aquello? Era una pregunta que, si bien no me la hacía explicítamente, sin embargo, rondaba desde entonces en mi mente y como un reproche, ya que inmediatamente podía responder mi conciencia que no era religioso, ni piadoso, ni cristiano. Pero, >>de qué manera mermó y casi desapareció en mí el sentimiento cristiano? Es una cuestión más delicada y esencial y responderé llanamente, como lo siento, tras haber pensado en ello mucho tiempo. La vida de un pobre estudiante se resume en dos palabras: estudio y piedad; estudio, por cuanto es hombre y está obligado a trabajar en su profesión: piedad, por cuanto es cristiano. Mas no hay que creer que estudio y piedad sean dos rivales que luchen por alcanzar exclusivamente el dominio en el corazón de un estudiante; son (**Es18.588**))
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