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((**Es18.586**) fiesta de María Auxiliadora, el cual hacía estudiar a muchos chicos, especialmente para seguir la carrera eclesiástica. Yo quería estudiar: pero nunca había pensado en hacerme cura; no porque sintiese aversión a ello, sino porque pensaba que no se podían hacer curas más que los ricos, pues, en efecto, los que yo conocía eran más o menos ricos y de familias pudientes, por lo cual nunca soñé con ello; y, si alguna vez lo pensaba, apartaba enseguida el pensamiento diciendo: -Esto no lo podré conseguir nunca, así que tranquilo. -Y, sacudiendo la cabeza y riendo, lo mandaba a paseo. Recuerdo que aquella proposición suscitó en mí muchas y muy diferentes ideas.Era un mundo nuevo para mí, y, como suspendido ante aquella maravilla, no supe qué responder. Mi madre, que se dio cuenta de que yo no me oponía, se lo dijo a la señora Casati y le dio las gracias por mí, con aquel su corazón de madre y mujer sencilla, que no sabía hablar, pero que, aun sin palabras, manifestaba muy bien sus sentimientos. Yo, embelesado con la idea, y sin saber qué decir, no supe manifestar mi agradecimiento hasta después. Cuando mi madre me presentó a la Señora y le dijo con un tono de complacencia y alegría: -Aquí tiene al estudiante, yo quedé acobardado y abrumado. Pero la Señora lo comprendió y se alegró mucho. Durante los dos meses que todavía estuve en casa, me envió a clase con un excelente sacerdote del pueblo, el reverendo Graselli, que estudiaba entonces la carrera de letras en la Universidad de Turín. No olvidaré jamás aquellas clases, aunque duraron tan poquito tiempo. Me causaron honda impresión la gran caridad y bondad de aquel sacerdote, a quien me acercaba por vez primera. Porque, hay que decirlo, los sacerdotes de entonces tenían un aire algo aristocrático y mantenían cierta distancia con los pobres. A pesar de ello, la gente buena los respetaba y hasta los veneraba, y yo hacía lo mismo, pero no los amaba. Los respetaba, sí, mas mi corazón estaba lejos de ellos, como ellos lo estaban de mí. Por eso, al ver a aquel sacerdote, y un sacerdote joven, que sin descanso, me hablaba sencillamente como un hombre a otro hombre, y casi como un pobre a otro pobre, me llamó mucho la atención y me hizo entender que los sacerdotes no eran ((**It18.682**)) todos iguales, como yo me había imaginado, sino que hay que saber distinguir entre curas y curas. El párroco nos trataba a los muchachos bruscamente y yo no lo veía como padre, sino algo así como un verdugo: cuando lo veía pasar, me causaba la misma impresión que los carabineros. Y en la iglesia me parecía lo mismo, hasta en el confesonario. Recuerdo que, con ocasión de recibir la Confirmación, vivía yo entonces con mis tíos 1, me presenté a confesarme cuando los demás ya lo habían hecho, y me recibió con una cara tan dura, que me quedé helado ante aquel ceño. ->>Y había que esperar hasta ahora para confesarse?, fueron las primeras palabras que me dirigió, cerrando, o mejor, dándome con la puerta del confesonario en la cara. No lo olvido; no conservo odio, no; pero sí guardo el recuerdo del mal efecto que todo esto me hizo. Así que aquel joven sacerdote fue para mí una verdadera gracia del Señor; vi en él, por vez primera, uno de los multiformes aspectos de la caridad sacerdotal, de los que pronto vería una imagen viva y completa en don Bosco. 1 Después de la muerte de su padre, fue a vivir con los parientes de su madre, en Crerunago. (**Es18.586**))
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