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((**Es18.55**)socorro de sus oraciones para su alma y para su cuerpo 1. Don Bosco había hecho responder a don José Ronchail, que hacia el día veinte de febrero, estaría él en Niza, donde podría hablar con él en persona. El día veintiséis por la tarde se dirigió don Bosco a su casa, acompañado por don Pablo Albera y su secretario. Le habló con fervor y entusiasmo de religión; también ella discurría sobre el tema de tal modo que se hubiera dicho al oírla que era católica. Quiso que don Bosco la bendijera, y hasta recibió con gusto el regalo de El Católico en el siglo, diciendo que esperaba abrazar el catolicismo. Don Bosco le aconsejaba diciendo: -Somos viejos, señora: >>qué vamos a contestar al Señor? íNo tarde! Pero no se convirtió. De allí pasó a visitar a dos señoras enfermas. Al volver a casa se encontró una doble y agradable sorpresa preparada por los muchachos. Le presentaron una corona de comuniones que harían para él y una lista de doscientos nombres de alumnos que, habiéndose esmerado en portarse bien para agradarle a él, habían obtenido la calificación de sobresaliente en el semestre. Moraba en Niza la Reina del Würtemberg, esposa del rey Carlos I y hermana del zar Alejandro II, asesinado por los nihilistas el año 1881. Se llamaba Olga Nicolaiewna. Aunque pertenecía a la iglesia cismática rusa, ((**It18.53**)) tenía muchos deseos de ver a don Bosco, porque oía decir que era un santo. Mandó, pues, una dama de su corte a rogarle que se dignara condescender a sus instancias; que sólo podría recibirle de las tres y media a las cuatro de aquel día veintisiete. Don Bosco respondió afirmativamente. Pero, al acercarse a la puerta de la habitación, donde daba audiencia vio algunas personas que esperaban ser recibidas y, entre ellas, a la condesa Michel y al barón Héraud; con toda tranquilidad volvió a entrar. Don José Ronchail y Viglietti que habían subido para acompañarlo se pusieron a pasear por la sala de espera, impacientes por la tardanza. Cuando finalmente le vieron salir, urgiéronle a que se diera prisa; pero él, que vio allí a don Francisco Cerruti y sabía que quería confesarse, metióle dentro y le dijo: -La reina del Würtemberg puede esperar todavía un poco más y, entre tanto, nosotros podemos arreglar nuestras cosas. Y, después de confesarle, le dijo: -Ahora ten la bondad de confesarme a mí. 1 Ap., Doc. núm. 6.(**Es18.55**))
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