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((**Es18.528**) Poseía un ingenio sagaz para descubrir y formar sujetos conforme a su propio plan, para encontrar los medios con que parar las amenazas y los golpes de los adversarios y para solicitar de la caridad pública los subsidios necesarios a sus gigantescas empresas; gozaba de una voluntad férrea frente a los obstáculos; y tenía una invencible paciencia para volver a empezar ((**It18.612**)) de nuevo, cuando una iniciativa había fracasado. Bajo este punto de vista los resultados numéricos por él conseguidos tienen algo de gigantesco, por no decir milagroso. Pero lo más importante es la organización. Poco vale acumular hombres y multiplicar obras, donde falta la fuerza de la cohesión que haga un solo cuerpo con tantos miembros, y si, dentro de ese cuerpo, no palpita un centro de energía vital que mantenga el vigor y suscite el incremento en él. Y es ahí donde, sobre todo, hay que admirar la sabiduría creadora de don Bosco. Desde los inicios no fabricó castillos en el aire, sino que colocó ante sus ojos un plano bien definido, que lo fue realizando gradualmente, actuando con una coordinación sistemática y menos aparente que real. Menos aparente, decimos, en los períodos de preparación, pero evidente, cuando asentaba una piedra miliar a lo largo de su fatigoso camino; volviendo entonces la mirada hacia atrás, se veía cómo todo se había hecho premeditadamente para alcanzar aquella meta. He aquí por qué, al término de su carrera mortal, pudo asegurar a sus herederos y continuadores que no había nada que temer para el porvenir de la Congregación. La había dotado de una cohesión orgánica, para mantener segura su existencia, y de una vigorosa vitalidad interior, que sería el secreto de su inagotable actividad dinámica. Y llegó la prueba del fuego con la sucesión. Se comprende fácilmente que dependía mucho del sucesor que las cosas se conservaran en su statu quo, y que su gobierno acertado mantuviera el ritmo del movimiento en la acción, que el fundador le había impreso. Pero el hombre llamado a sucederle poseía en grado eminente todos los requisitos indispensables para tal finalidad. Ante la elocuencia de los hechos, queda hoy reducida al silencio cualquier veleidad de contradicción; pero hubo un primer momento, breve por fortuna, en el que se manifestaron vacilaciones en las alturas. Ya anteriormente, hubo algún Cardenal, en cuyo ánimo, como saben los lectores, se había insinuado el temor, o mejor, enraizado ((**It18.613**)) el convencimiento de que, cuando desapareciera don Bosco, su Congregación se desmoronaría de golpe y porrazo. Esta opinión, que naturalmente no quedó aislada, sobrevivió a su autor, de forma que, apenas expiró don Bosco, se hablaba como de un peligro que urgía remediar. Y el más (**Es18.528**))
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