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((**Es18.465**) -Te la doy hasta el día de San Francisco de Sales. Después, si la necesitas, irás a que te la renueve don Juan Bautista Lemoyne. Hemos usado la palabra <>, pero la falta de fuerzas no le quitó del todo la lucidez del entendimiento. En efecto, hacia las diez de la mañana, con pleno conocimiento, preguntó a don Celestino Durando qué hora era, qué se hacía en la iglesia, qué fiesta se celebraba y, al recordarle que era la de San Francisco de Sales, experimentó satisfacción. Cuando entraron los médicos, les dirigió pocas palabras, pero sin delirar. Los médicos, que habían tenido consulta casi todos los días, con participación del doctor Bestenti, manifestaron que el enfermo ya no podía reaccionar. Cuando se retiraron, quedóse él amodorrado unos minutos; después se despertó y preguntó a don Celestino Durando: ->>Quiénes eran esos señores que acaban de salir ahora? ->>No los ha conocido? Eran los doctores. -íAh, sí! Diles que se queden hoy con nosotros... Quiso añadir <>, pero no lo logró. Aquella tarde, pudo todavía reconocer y bendecir al conde Incisa, mayordomo de la fiesta de San Francisco de Sales, y a monseñor Rosaz, obispo de Susa, que había predicado el panegírico del Santo. Monseñor Rosaz, muerto en olor de santidad, fue íntimo amigo de don Bosco, con quien se aconsejaba en los asuntos difíciles y, especialmente, en los referentes a una congregación de religiosas por él fundada. A lo largo del día, había dicho a su secretario: -Cuando yo no pueda hablar y venga alguien a pedirme la bendición, tú levantas mi mano, haces con ella la señal de la cruz y pronuncias la fórmula. Yo pondré la intención. En su continuo sopor, ya no entendía nada, excepto ((**It18.537**)) si se le hablaba del Paraíso y de las cosas del alma. En estos casos, daba señales de afirmación con la cabeza y, si se le sugería alguna jaculatoria, la completaba moviendo los labios. Habiéndole sugerido don Juan Bonetti: Maria, Mater gratiae, tu nos ab hoste protege, él continuó: Et mortis hora suscipe (María, Madre de gracia, defiéndenos del enemigo y acógenos en la hora de la muerte). Durante todo aquel día, estuvo repitiendo: -íMadre! íMadre! -añadiendo algunas veces: íMañana! íMañana! Hacia las seis musitó: -Jesús... Jesús... María, María... Jesús y María, os doy el corazón y el alma mía... In manus tuas, Domine, commendo spiritum meum! (**Es18.465**))
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