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((**Es18.461**) A las ocho de la tarde, apenas lograba hacerse entender y demostrar que comprendía. En torno a su lecho estaban monseñor Cagliero, don Miguel Rúa y otros. Se hablaba de la inscripción que había que poner en la tumba del Conde Colle. Don Miguel Rúa proponía: Orphano tu eris adjutor (Tú cuidarás del huérfano). Monseñor, por su parte: Beatus qui intelligit super egenum et pauperem (Feliz quien se preocupa del necesitado y del pobre). Don Bosco, que parecía no atender a la conversación, abrió de pronto los ojos y, haciendo un esfuerzo, acertó a proferir con voz bastante ((**It18.532**)) clara: -Grabaréis esto: Pater meus et mater mea dereliquerunt me, Dominus autem assumpsit me (mi padre y mi madre me abandonaron; el Señor, en cambio, me acogió). La fausta noticia de que don Bosco se restablecía había ya recorrido el mundo y motivaba cartas de felicitación de todas partes, incluso de países muy remotos, como Grodno (Lituania). Puede imaginarse, por tanto, con qué ánimos se leería en el Oratorio la esperanza de la condesa de Oncieu de volver a ver pronto a don Bosco en Milán; o estas palabras de la madre de Lemoyne a su hijo: <>. íY qué confianza había en sus oraciones! La señora Susana Poptovska, de Podolia (Ucrania), le escribía: <>no me las rehusará, verdad?>>. Tenía don Bosco un sobrino que deshonraba a la familia: era el hijo segundo de José, llamado Luis. Se educó en el Oratorio y, después de una interrupción, había seguido los estudios y llegó hasta ser secretario de juzgado. Hacía algunos años que convivía con una mujer, separada de su marido, en Gravellona Lomellina. Su santo tío, que lo quería mucho, no había ahorrado consejos y reprensiones; pero, como era hablar por demás, no quiso volver a verlo. Sólo le concedió una breve conversación unos meses antes de morir, porque se trataba de dividir sus propiedades, como salesiano, de las de la familia, las cuales habían quedado indivisas después de la muerte del hermano José. Pues bien, aquel desgraciado protestaba que en su día pondría pleito para reclamar todo lo que poseía don Bosco. El asunto hubiera producido graves inconvenientes. Pero Dios le esperaba precisamente en aquel lapso de tiempo. Desde últimos de enero, estuvo entre la vida y la muerte hasta el seis de febrero, en que pasó a la eternidad. (**Es18.461**))
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