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((**Es18.368**) comprobar, la firma auténtica de don Bosco y que dan a entender la existencia de un activo movimiento de cooperación 1. La fama del Siervo de Dios llenaba entonces la República por un hecho que se consideraba prodigioso y, antes del cual, nunca se habían tenido allí noticias de su persona y de sus obras. El Provincial de los Franciscanos de Lima, durante su viaje a través del Océano, entretenía el tiempo leyendo un libro que narraba la vida de don Bosco; podemos creer que fuera el Don Bosco y su Obra. Don Bosco era para él un personaje desconocido. Pero he aquí que se levantó de pronto el viento huracanado y se desencadenó una fuerte borrasca; la nave, a merced de las olas, era sacudida con tal violencia que parecía inminente el naufragio; el capitán del buque declaró después que había perdido toda esperanza. El buen religioso, en medio de la tempestad, se puso en pie ante los pasajeros, les invitó a arrodillarse como pudieran y pidió a la Santísima Virgen que, en atención a su siervo don Bosco, los salvase de la catástrofe; y prometía con voto que, si se salvaban, haría imprimir millares de ejemplares de aquel librito y lo difundiría ampliamente entre su gente. Apenas formulado el voto, amainó la tempestad, sobrevino la bonanza y la nave pudo llegar felizmente al puerto de destino. El franciscano no olvidó su promesa, sino que encargó una edición económica del libro y envió ejemplares del mismo por todo Perú, a obispos y sacerdotes, a ricos y pobres, a quienes lo querían o no, ((**It18.423**)) de modo que la vida de don Bosco llegó a ser el tema de todas las conversaciones e hizo que naciera en muchos lugares el deseo de ver extenderse por el país los beneficios de sus instituciones. El mismo Provincial fue quien contó el hecho a don Evasio Rabagliati, quien se hospedó en su convento el año 1890. Algo semejante ocurrió en Colombia. Aquella señora de Bogotá que, el año 1883, había visto en París el milagro del muchacho moribundo a quien don Bosco invitó a ayudarle a misa 2, no cesaba de escribir a sus parientes y conocidos colombianos, ponderando la santidad del sacerdote taumaturgo italiano y sus grandes benemerencias en la educación de la juventud. Poco a poco llegaron a interesarse hasta los miembros del Gobierno. Lo que más llamaba la atención era lo de sus escuelas profesionales de artes y oficios, de las que tanta necesidad se sentía allí pero que no se sabía cómo implantarlas. Del dicho se llegó al hecho. Recibió don Bosco una carta el 1.° de noviembre de 1886, procedente de Roma y que le enviaba el señor Joaquín 1 Ap., Doc. núm. 79 A-B. 2 Véase vol. XVI, págs. 193-194. (**Es18.368**))
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