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((**Es18.356**) pobres criaturas perseguidas, designaban a su providencial apóstol. Poco tiempo antes de cerrar los ojos a la luz de este mundo, nuestro buen Padre tuvo la satisfacción de ver la primera flor de aquellas tierras lejanas y sin civilizar, objeto de sus sueños y de sus solicitudes. Monseñor Fagnano en su primera exploración había recogido una niña huérfana ona, de unos ocho años, cuyos padres habían sido pasados por las armas poco antes. Se la llevó consigo a Patagones y quería recomendarla al señor Lista, para que la colocase en un centro de educación en Buenos Aires. Pero la chiquita, cuando llegó el momento de separarse, se agarró a la sotana de Monseñor, llorando desesperadamente y ((**It18.408**)) suplicándole que no la abandonara en manos de aquellos hombres malos, que habían matado a su padre y a su madre. El jefe de la expedición le rogó entonces que la tuviera consigo. El se la confió a las Hijas de María Auxiliadora, las cuales la prepararon para el bautismo. Y cuando monseñor Cagliero fue a Italia, en diciembre de 1887, la llevó a Turín acompañada de dos Hermanas para presentarla a don Bosco. La niña, convenientemente preparada, sabía ya lo bastante de quién era don Bosco y se daba cuenta de su propia suerte. Al presentarla el Obispo a don Bosco, le dijo: -Aquí tiene, queridísimo Padre, una primicia que le ofrecen sus hijos misioneros ex ultimis finibus terrae (desde el último extremo de la tierra). La indiecita, de rodillas ante él, le dirigió con su acento poco culto todavía estas palabras: -Le agradezco, queridísimo Padre, que haya mandado a sus misioneros para salvarme a mí y a mis hermanos. Ellos nos han abierto las puertas del cielo. Es indescriptible la emoción de don Bosco ante la niña y sus palabras. Volvió la jovencita a América, pero no olvidó la impresión que le causó el Santo; mas no tardó mucho tiempo en volar al paraíso. No es nuestra finalidad tejer aquí la historia de la Misión de monseñor Fagnano. Cuando él, quebrantado por los años, los trabajos y los sufrimientos morales, descendió a la tumba, su vasta Prefectura quedaba envuelta en una red de obras misioneras, ideadas por su fecunda mente, realizadas por su sobrehumana energía, mantenidas a costa de heroicos sacrificios. Los restos mortales del magnánimo apóstol descansan en la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús, edificada por él en Puntarenas; pero su espíritu aletea todavía desde Santa Cruz a Ushuaia y su recuerdo vive y vivirá en el corazón de los Salesianos de todo el mundo. Así eran los hombres que don Bosco formó (**Es18.356**))
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