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((**Es18.313**) El último día de la novena, dio don Miguel Rúa la acostumbrada conferencia a los Cooperadores. Don Bosco le escuchó desde el presbiterio, junto a monseñor Leto. La muchedumbre, que no había cesado de contemplarlo, se volcó después en las sacristías y lo cercó de tal forma, que empleó más de media hora para atravesarlas y no menos de una hora para llegar desde allí a las escaleras. Estaba de buen humor, hablaba, sonreía, saludaba con su habitual amabilidad; sin embargo, no podía disimular un agotamiento general que se advertía en su paso lento y su rostro demacrado; su vista producía en los que le rodeaban el sentimiento de pena que se experimenta ante una persona muy querida, cuya existencia tiene los días contados. Nunca en años anteriores se había quedado tan pequeña la iglesia de María Auxiliadora; fue verdaderamente extraordinaria la afluencia de ciudadanos y forasteros, llegados de lugares muy lejanos. El fervor religioso de la multitud fue creciendo a medida que se oían o se contemplaban las gracias extraordinarias concedidas por la Virgen. La víspera, estando don Bosco en la sacristía rodeado de fieles, le presentaron una niña, que llevaba el signo de la muerte en su rostro. A instancia de sus padres, la bendijo, exhortándoles a que confiaran en María Auxiliadora. Y cuando llegaron al umbral de la segunda sacristía, volviéronse los afortunados padres, empujados por la multitud, radiantes de alegría hacia él, porque su ((**It18.358**)) niña había abierto los ojos y volvía a la vida. El día de la fiesta por la mañana entró un joven en la iglesia, andando con muletas y salió de ella, llevándolas al hombro. Otra bendición de don Bosco fue acompañada de un verdadero prodigio. En el mes de enero una joven de quince años había sufrido un susto muy grande en Turín, porque su padre había sido insultado y maltratado en una reunión pública por asuntos de comercio. Ante los graves insultos, quedó la muchacha tan desconcertada, que corrió peligro de perder la vida. De nada valieron cinco meses de cuidados médicos; guardaba cama siempre y no reconocía, a veces, a su padre ni a su madre. Después de muchas oraciones, hicieron sus padres una promesa a María Auxiliadora y, tras la novena, llevaron a su hija hasta don Bosco para que le diera su bendición. Don Bosco la bendijo y la enferma recuperó en breve su salud. Todos los que la habían visto antes, tenían que reconocer el milagro 1. También tuvo lugar otro hecho singular en la habitación de don 1 Relación del padre, señor Mayorino Giorcelli, fabricante. Turín, veintiuno de agosto de 1887. (**Es18.313**))
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