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((**Es18.27**) los clérigos, a los aprendices o, al menos, a todos los estudiantes? Naturalmente que esto incita un poco a la envidia de vuestros compañeros y de los demás que ven esta preferencia. Pero debéis saber que, antes, don Bosco estaba siempre en medio de los muchachos y siempre rodeado por ellos. Iba a dar misiones a Chieri, a Castelnuovo, a Ivrea, a Biella y los muchachos de la ciudad de Turín, no los internos del Oratorio, se reunían en grupos de a diez, veinte, treinta, en una ocasión se juntaron hasta ciento treinta, y se iban a pie a donde se encontraba don Bosco para confesarse con él. Y don Bosco disfrutaba, estando siempre en medio de los muchachos. Pero ahora ya no puedo moverme, no tengo fuerzas para hablar a toda la casa. Con todo, ya que no puedo hablar a todo el Oratorio, ni a todos los estudiantes reunidos, al menos deseo dirigirme a un sector: al menos, a los del cuarto y quinto curso. Pero vosotros me habéis pedido algo en particular: que os explicase las recomendaciones del aguinaldo y que os dijera algo sobre esos seis compañeros vuestros. ((**It18.19**)) Mirad: no conviene decir que uno de los aquí presentes va a morir, pero sí os diré que de los seis, casi todos están bien preparados y, si debieran presentarse ahora mismo ante el tribunal de Dios, esperamos que estarían tranquilos y harían las cosas bien. Los otros también se irán preparando poquito a poco. Porque debéis saber que, sin que ellos lo adviertan, hay uno que les sigue siempre con mucho cuidado para ir preparándolos. Así que, cuando les toque su turno, se puede esperar que también a ellos les irán las cosas bien. Vosotros, pues, estad tranquilos, pero procurad estar bien preparados y no confiéis en vuestra salud, aunque fuereis los más robustos del Oratorio. Un día, ya hace años, había avisado don Bosco que, dentro de un tiempo determinado, moriría uno de los jóvenes del Oratorio. Don Bosco seguía sus pasos, sin decirle nada, le ayudó a hacer una buena confesión general, a poner en orden los asuntos de su alma y, además, encomendó a un superior de la casa que estuviese atento. Por otra parte, debo decir que era un buen muchacho, que estaba bien preparado y, por tanto, supo hacer bien las cosas. Con todo, si había uno robusto en el Oratorio, ése era Milane. Por añadidura, llegó el último día del tiempo señalado y ya decían los compañeros: -íBah! Esta vez estamos libres... Cuando hete aquí que el último día, a las nueve de la mañana, sintió él una pequeña indisposición; estaba sentado en la cama, rodeado de varios compañeros con su panecillo en la mano, y de repente, Milane se vuelve a un lado y se apoya sobre la almohada. Los compañeros lo llaman y no responde. Lo sacuden y no da señales de enterarse de nada. Era cadáver. Os he nombrado ahora sólo a Milane, pero podría citaros varios más, tan fuertes y sanos como él y que, sin embargo, tuvieron suerte parecida. Por consiguiente, estad preparados y no confiéis en vuestra salud. Sed muy devotos de María Santísima, rezad y estad alegres, muy alegres. También me habéis pedido que os explique lo que dije sobre los desastres públicos que asolarán este año a nuestra patria. Os lo digo con gusto; y casi, casi lo diría en público, desde el púlpito. El Señor nos mandará calamidades, a saber, pestes, sequías e inundaciones. Y vosotros preguntaréis: ->>Por qué manda el Señor estos castigos? El porqué debe haberlo y, sin duda, lo hay. El vicio de la deshonestidad atrae sobre el mundo las calamidades y castigos del Señor. Comprended que es una cosa delicada y, por eso, no me ha parecido oportuno decirlo en público. Los limpios de corazón verán la gloria de Dios. Y, por limpios de corazón, se entiende los que no tuvieron la desgracia de caer en el pecado feo y que si cayeron, se levantaron en seguida.(**Es18.27**))
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