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((**Es18.180**) Una vez más se vio la generosidad de los milaneses lo mismo en la conferencia que después de ella. Los párrocos de la ciudad abrieron una suscripción en favor de los misioneros, para dar ocasión de satisfacer la caridad de los que no habían podido asistir a la Virgen de las Gracias o que, habiendo asistido, no habían podido depositar su óbolo a causa del gentío. Aquel día quiso el señor Arzobispo honrar a don Bosco invitando a comer a algunos párrocos y a varios distinguidos señores. Apenas se levantó de la mesa, empezó el Santo a recibir visitas y siguió así hasta la noche. Después organizó el Arzobispo, a manera de distracción, una tertulia antes de la cena, proporcionándole una amena y alegre conversación. Y, llegaba la hora del reposo, el Siervo de Dios encargó a ((**It18.200**)) don Carlos Viglietti que organizara todo, para poder marcharse al día siguiente por la tarde. Durante los dos últimos años de su vida sumáronse, a los antiguos achaques del pobre don Bosco, nuevos desarreglos funcionales, que le hacían muy molestos los viajes y, aun más, el permanecer fuera de casa por largo tiempo. El día trece por la mañana celebró la misa en la capilla arzobispal, repleta de asistentes. Le ayudaron a misa el presidente del Círculo de los Santos Ambrosio y Carlos y un miembro del Consejo Superior de la juventud católica. Dio la comunión a los muchachos del Oratorio y a muchos de los presentes. El resto del tiempo lo invirtió en las audiencias, que comenzaron después del desayuno y duraron hasta las cuatro. Al acercarse la hora de la partida, Monseñor se arrodilló de nuevo ante él para recibir su bendición y, al despedirse, le abrazó llorando, besando con cariño su mano y agradeciéndole cordialmente una visita tan querida e inolvidable. Muchos señores, que se enteraron por los periódicos de que don Bosco estaba en Milán, habían acudido apresuradamente desde sus fincas; pero él debía partir y no los pudo recibir. El mismo duque Scotti, gran amigo y bienhechor suyo, llegó demasiado tarde para entretenerse con él a su gusto y hubo de contentarse con saludarlo en la estación junto con otros señores 1. Partió de Milán sin más compañía que la de don Carlos Viglietti. Estaba agotado. A su llegada, el borriquillo del Oratorio lo llevó en su humilde tartana desde Porta Susa a Valsálice, donde el Santo dio una simpática sorpresa a los ejercitantes, ya que, sin esperarlo nadie, entró sin más en el comedor cuando estaba a punto de terminar la cena. En 1 Las pobres muchachas del instituto de los ciegos le habían escrito una carta conmovedora, pidiéndole que les diera o les mandara su bendición (Ap., Doc. núm. 42). (**Es18.180**))
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