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((**Es18.163**) Su prematura desaparición hacía lamentar más dolorosamente la pérdida de un hermano de ingenio tan perspicaz y tan gran virtud, lograda a costa de heroicos sacrificios, ((**It18.180**)) dado su carácter naturalmente irritable y esquivo. Huérfano de padre a los nueve años, vivió todavía dos años con sus parientes hasta que una piadosa señora, a quien el padre moribundo había confiado su familia, se interesó para que fuera admitido en el Oratorio. Allí cursó los cinco cursos del gimnasio (bachillerato); pero, en el gimnasio superior, engolfado en la lectura de los clásicos y no encontrando en la escuela alguien que comprendiese las ansias de su espíritu y lo iluminase suficientemente en las cuestiones de la fe, se enfrió mucho en la piedad. Para su suerte, la evidente santidad de don Bosco y de don Miguel Rúa, que claramente pudo apreciar, actuó en él como un doble imán que lo atrajo y lo retuvo. El año 1876 pasó al noviciado, que entonces constituía una sección independiente en el Oratorio. Aquel año, bajo la dirección de don Julio Barberis, comenzó la labor de su formación espiritual, que descuidó un poco durante los tres años que siguieron a la profesión temporal, hasta que fue destinado a Alassio, donde encontró en don Francisco Cerruti al Director que necesitaba. Desde aquel momento, ya no tuvo ningún retroceso su ascensión espiritual. El estudio y la piedad, las clases y la asistencia eran su vida cotidiana. Era profesor del curso preuniversitario y quería que se le reservase la clase semanal de religión, a la que se preparaba con todo empeño y en la que obtenía excelentes resultados. Desde Alassio se matriculó en la universidad de Génova; pero, poco después de haber conseguido la licenciatura en letras, cayó enfermo de muerte. Tenía veintiséis años de edad. Su nombre perdura con una obra suya póstuma, fruto de su entrega al estudio de los Santos Padres 1. Don Bartolomé Fascie, su amigo y compañero en la enseñanza, seglar entonces y hoy Consejero escolástico general, hizo un prólogo interesante sobre la biografía del traductor. Escribe sobre su carácter: <((**It18.181**)) yo me cruzara con él, siempre podía reconocerlo y decirme: es él. Pero había un sitio, donde esta característica por la cual se le reconocía, destacaba inconfundible, y era en la clase. Allí 1 SAN AURELIO AGUSTIN, XXXIII Cartas. Traducción y comentarios del sacerdote Juan Nespoli. Turín, Tip. Sal., 1887 (**Es18.163**))
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