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((**Es18.115**) Después del mediodía, empezó la procesión de los visitantes; eran tantos que no fue posible contentar a todos y, además, no se podía estorbar el horario de la comunidad. Sucedió un prodigio del que hubo muchos testigos. Una señora enferma, llevada casi en peso ante don Bosco, recibió la bendición y curó al instante, de forma que ella misma recorrió el camino de vuelta sin recibir ayuda de nadie. Pasó de la sala de audiencias a su habitación; lo primero que hizo fue sacar las monedas de oro y plata que rompían sus bolsillos, y dijo bromeando: -En Montpellier, si no aceptábamos el dinero, nos lo echaban por detrás y consideraban como un favor que nosotros lo aceptáramos. Volvió a encontrarse en Montpellier con un antiguo y querido amigo, el doctor Combal, que tenía allí su residencia 1. Apenas supo éste la llegada de don Bosco, se apresuró para ir a saludarlo aquella misma tarde y repitió, además, su visita en las dos tardes sucesivas. La última vez llevó consigo a su familia y no quiso separarse de él, sin antes hacer un examen detenido del estado de su salud. Al salir de la habitación, se encontró con don Miguel Rúa y Viglietti y les confirmó el diagnóstico de dos años antes. -Don Bosco, repitió él, no tiene más enfermedad que una extrema postración de fuerzas. Si don Bosco no hubiese hecho nunca ningún milagro, yo creería que el mayor de todos es su propia existencia. Es un organismo deshecho. Es un hombre muerto de fatiga y sigue trabajando todos los días, come poco y vive. Este es para mí el mayor de los milagros. Los seminaristas manifestaban una afectuosa admiración por don Bosco; para poderle escuchar, habrían dejado vacío el seminario por correr tras él. Después de la cena, se presentó ante ellos en un salón. No se podía mantener en pie. Tenía deseos de hablar; pero era tal su cansancio que debió renunciar a ello ((**It18.125**)) y se limitó a darles la bendición a todos juntos. Sin embargo, su simple presencia fue más elocuente y eficaz que cualquier discurso. Vivía en Montpellier una pariente suya, pero quizás ni él mismo lo sabía, o tal vez no lo recordaba. Francisco Bosco, hijo de Juan, tío paterno del Santo, había emigrado de Italia, no sabemos por qué motivo, con su mujer, una tal Zagna; terminó su vida prematuramente en Marsella el año 1870, y dejó dos hijas muy niñas todavía. Estas se educaron en Montpellier, en el orfanato de las Hermanas de Nazaret, 1 Véase Vol. XVII, pág. 58. (**Es18.115**))
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