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((**Es17.700**) 76 Carta de monseñor Cagliero al cardenal Alimonda Eminencia Reverendísima: Era mi deseo y también mi deber haber escrito antes a Vuestra Eminencia desde esta Capital argentina. Pero no lo hice, apoyándome en el perdón de su generoso corazón y para poder darle mejores noticias sobre nuestras misiones. Como ya sabe Vuestra Eminencia, nuestro viaje fue felicísimo y fue muy celebrada nuestra llegada por los hermanos Salesianos y nuestros numerosos amigos italianos y argentinos. El señor Arzobispo y sus Vicarios Generales, el Clero secular y regular no sólo me dieron pruebas de cortesía, sino de verdadero afecto por el aprecio y veneración que conservan a Vuestra Eminencia y a nuestro Rvmo. padre don Bosco y porque tienen un corazón verdaderamente católico, que ama el bien y a los que desean hacerlo. No así la prensa diaria impía, que domina en estas desdichadas repúblicas. Aún no habíamos desembarcado y ya se ponían en guardia porque sabían que iba a llegar un Capitán de la Falange Salesiana ((**It17.810**)) y un General del ejército de Jesucristo, y azuzaron con algunos artículos al Gobierno y al pueblo contra nosotros y contra nuestras Misiones. En consecuencia, la prudencia me aconsejó irme a toda prisa al campo y darles a entender que las cosas marchaban muy diversamente de como ellos pensaban. Por eso, primero fui a visitar a nuestros colegios, seminarios y las muchas casas que tenemos en estas dos Repúblicas; después me dediqué a predicar y administrar la confirmación con gran satisfacción de monseñor Aneyros, que verdaderamente necesita que Roma le asigne al menos un Auxiliar en la persona de uno de sus buenos Vicarios Generales. Por fin, asistí a funciones públicas y aún oficiales, pero siempre como Prelado Salesiano simplemente y Obispo de Mágida. De este modo, se calmaron y disiparon las nubes que amenazaban tempestad, al tiempo que se dejaba lugar a la divina Providencia para disponer bien las cosas de la Misión. Y, en efecto, los tres meses que pasé en esta ciudad me fueron necesarios para poder conocer a los gobernadores y a otras autoridades militares de Patagonia y Tierra del Fuego, trabar relación con ellos y arrastrarlos a favorecer nuestros planes civilizadores de aquellos desiertos. También los aproveché para buscar ayuda económica entre los buenos católicos argentinos. Nuestra buena Madre María Auxiliadora nos ha protegido y ha conducido las cosas de tal modo que dos gobernadores, el de Santa Cruz y el del Neuquén, ya aceptaron a nuestros Misioneros, y el padre Fagnano, nuestro Prefecto Apostólico, partirá pronto para el sur, las Malvinas y Tierra del Fuego. Hemos obtenido de uno de los Ministros pasajes gratuitos para once salesianos, de los que ya han partido cinco; yo he podido obtener del Ministro de la Provincia una recomendación especial para las autoridades militares que están bajo su jurisdicción y mañana, Dios mediante, dejo Buenos Aires y salgo con una pequeña escolta hacia mi destino. Desde las orillas del Río Negro, le diré después cómo soplan los vientos pamperos y los céfiros del desierto. Esta carta le llegará cuando yo esté en Patagonia y se oirán en Turín los vivas a (**Es17.700**))
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