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((**Es17.626**) mágico candor, tan luciente que deslumbraba la vista. Tenía una longitud de muchas millas. Ofrecía toda la magnificencia de un regio estrado. Como ornato, sobre la franja que corría a lo largo de su borde, se veían varias inscripciones en caracteres dorados. Por un lado se leía: Beati immaculati qui ambulant in lege Domini. Bienaventurados los puros que andan por los caminos de la ley del Señor. Y en el otro: Non privabit bonis eos qui ambulant in innocentia. No dejará sin bienes a los que viven en la inocencia. En el tercer lado: Non confundentur in tempore malo; in diebus famis saturabuntur. No se sentirán confundidos en el tiempo de la adversidad y, en los días de hambre, serán saciados. En el cuarto: Novit Dominus dies immaculatorum et haereditas eorum in aeternum erit. Conoció el Señor los días de los inocentes y la herencia de ellos será eterna. En las cuatro esquinas del estrado, en torno de un magnífico rosetón, se veían estas cuatro inscripciones: Cum simplicibus sermocinatio ejus: Su conversación será con los sencillos. Proteget gradientes simpliciter: Protege a los que suben con humildad. Qui ambulant simpliciter, ambulant confidenter: Los que caminan con sencillez, proceden confiadamente. Voluntas eius in iis qui simpliciter ambulant: Su voluntad se manifiesta a los que viven sencillamente. En mitad del estrado, había esta última inscripción: Qui ambulat simpliciter salvus erit: El que procede con sencillez será salvo. ((**It17.723**)) En el centro de la pradera, sobre el borde superior de aquella blanca alfombra, se levantaba un estandarte blanquísimo, sobre el cual se leía también escrito con caracteres de oro: Fili mi, tu semper mecum es et omnia mea tua sunt: Hijo mío, tú siempre has estado conmigo y todo lo mío te pertenece. Si don Bosco se sentía maravillado a la vista del jardín, más le llamaron la atención dos hermosas jovencitas, como de doce años, que estaban sentadas al borde de la alfombra donde el terreno formaba el escalón. Una celestial modestia se reflejaba en todo su gracioso continente. De sus ojos constantemente fijos en la altura, fluía no solamente una ingenua sencillez de paloma, sino que también brillaba en ellos la luz de un amor purísimo y de un gozo verdaderamente celestial. Sus frentes despejadas y serenas parecían el asiento del candor y de la sinceridad; sobre sus labios florecía una alegre y encantadora sonrisa. Los rasgos de sus rostros denotaban un corazón tierno y fervoroso. Los graciosos movimientos de la persona les comunicaba un aire tal de sobrehumana grandeza y de nobleza que contrastaba con su juventud. Una vestidura blanca les bajaba hasta los pies, sobre la cual no se distinguía ni mancha, ni arruga y ni siquiera un granito de polvo. Tenían ceñidos los costados con una faja bordada de lirios, de violetas y de rosas. Un adorno semejante, en forma de collar, rodeaba su cuello compuesto de las mismas flores, pero de forma diversa. Como brazaletes llevaban en las muñecas un hacecillo de margaritas blancas. Todos estos adornos y flores tenían formas y colores de una belleza imposible de describir. Todas las piedras más preciosas del mundo, engarzadas con la más exquisita de las artes, parecerían un poco de fango en su comparación. Sus blanquísimas sandalias estaban adornadas con una cinta blanca de bordes dorados con una graciosa lazada en el centro. Blanco también, con pequeños hilos de oro, era el cordoncillo con que estaban atadas. Su larga cabellera estaba sujeta con una corona que les ceñía la frente y era tan (**Es17.626**))
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