Regresar a Página Principal de Memorias Biográficas


((**Es17.557**) -Te encontrarás con Fulano. Dile que consuele por fin a don Bosco. Don Francisco Cerruti se lo prometió y, cuando se encontró con tal señor, le refirió las palabras de don Bosco. Quedóse aquél como aturdido y, llevándose las manos a la cara, exclamó nerviosamente: -íLo que estoy haciendo! íCuántos disgustos he dado a don Bosco! Y no fue una emoción momentánea, puesto que, como contaba don Francisco Cerruti, aquella misma tarde fue a confesarse; después mudó de vida, reparó los malos ejemplos y, a partir de entonces, vivió cristianamente. >>Y qué decir de ciertos rasgos suyos, cuya incomparable finura nunca le faltó a pesar de cualquier decadencia física? Un joven clérigo destinado a asistirle especialmente para la correspondencia epistolar, al manifestarle sus propios defectos, le reveló que alguna vez, vencido por una curiosidad indiscreta y abusando de la confianza, había leído ciertas cartas que consideraba podían interesarle; le pedía, pues, perdón, prometiendo que no haría semejante cosa nunca más. Don Bosco, por toda respuesta, apretó, sonriendo,. contra su pecho la cabeza del clérigo, tomó todas las cartas que estaban encima de la mesa y las puso en sus manos. Don Esteban Trione fue catequista de la sección de estudiantes en el Oratorio, y tenía entonces frecuentemente la suerte de poder conversar con don Bosco, que apreciaba su candorosa y regocijada bondad. Pues bien, recuerda él algunos sucesos de dicho año, dignos de mención. El primero se refiere a una de las molestias que más hacían sufrir al Santo. Era la época más calurosa del verano y don Esteban Trione paseaba con él en la biblioteca. El Siervo de Dios caminaba lentamente y muy recogido en sí mismo, escuchando más que hablando. A cierto punto, se detuvo y, encogiéndose de hombros con un movimiento ((**It17.650**)) convulsivo, se dejó escapar, como si gimiese en sus adentros, estas palabras: -Si no le llevan pronto a algún sitio, don Bosco, arde, arde... Fue cosa de un instante y en seguida se serenó; pero don Esteban Trione comprendió que era víctima de un agudo sufrimiento. Y debía ser así, puesto que el eczema que le inflamaba, desde hacía tiempo, la piel de la espalda, se le irritaba por efecto del calor y le producía una insoportable picazón. Marchó, después, como ya hemos narrado, a respirar las refrigerantes auras de Mathi. Una tarde, en presencia de don Esteban Trione y de Carlos Viglietti, (**Es17.557**))
<Anterior: 17. 556><Siguiente: 17. 558>

Regresar a Página Principal de Memorias Biográficas


 

 

Copyright © 2005 dbosco.net                Web Master: Rafael Sánchez, Sitio Alojado en altaenweb.com