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((**Es17.523**) se muestran cada vez más afectuosos con los Salesianos y con su padre el reverendo don Bosco; y dan pruebas evidentes de este cariño en toda ocasión, sobre todo, con su asidua asistencia al Oratorio y con la mayor frecuencia de sacramentos. Celebraron mi día onomástico. Sería difícil describir la espontaneidad de la fiesta, su entusiasmo y su fervor, los hermosos regalos y otras pruebas de afecto. Pero lo que resultó más agradable para mi corazón fue que aprovecharon la ocasión de la fiesta para manifestar su deseo de ver a don Bosco, besar su mano, recibir su bendición y oír sus santos consejos. íCuánto disfrutaba yo, al ver cómo quieren a don Bosco estos buenos muchachos, aunque no le conocen!>>. Se habían emprendido de repente nuevas obras en favor de los estudiantes. Anteriormente se juntaban en el oratorio los jueves; pero, los domingos, no encontraban sitio, porque, en dicho día, acudían numerosos hijos de los obreros. Se remedió esta necesidad, destinando un patio aparte para los estudiantes con el personal necesario y con diversiones, fiestas y premios especiales. En el mes de noviembre, frecuentaban el oratorio los domingos unos ciento veinte alumnos de las escuelas públicas, con misa, catequesis, predicación y funciones para ellos, distintas de las de los demás. Don Carlos Bellamy había ingresado en la Congregación siendo ya sacerdote, pero había estudiado a fondo los métodos salesianos, ((**It17.610**)) e instituyó entre los externos de Ménilmontant las compañías religiosas, como las había visto funcionar en Turín. Pero la atención de los externos no podía ni debía agotar toda la actividad de los Salesianos y mucho menos en París. En todas partes se esperaba también la actividad salesiana con alumnos internos. Llegaban ya a cuatrocientas las peticiones de alojamiento, comida, aprendizaje de oficios y de formación cristiana y ciudadana. Por todo ello, confiando en María Auxiliadora, don Carlos Bellamy entabló gestiones para recoger cuantos más pudiese. La Providencia, no obstante, lo sometió a una dura tribulación: excepto poquísimos, que eran generosos, todos los demás Cooperadores de París se hacían los sordos a sus llamadas. <>. Naturalmente trató de interesar a los dos grandes amigos, primeros bienhechores y casi fundadores de la obra, el abate Pisani y monseñor (**Es17.523**))
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