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((**Es17.440**) noche, el aguinaldo para el nuevo año, desde el púlpito de María Auxiliadora. Dos palabras consabidas, queridos hijos, van repitiendo esta noche parientes, compañeros y amigos al desearse: Buen fin y buen principio de año. Sin embargo, cuando yo celebraba esta mañana la santa misa, no podía apartar de mi mente el pensamiento de lo que había de augurar esta tarde a mis queridos hijos y, mientras lo pensaba, sentía como una inspiración que me decía: -Bien está, buen fin y buen principio; esto bastará para la gente, mas no para mis hijos. Y parecía que el Señor me decía interiormente: -Este augurio no es para ti. >>Por qué no les auguras algo tuyo y que dependa de ellos? Porque eso ciertamente no depende de ellos. >>Qué podré yo auguraros? íLa oración! Rezad... Yo rezaré al Señor para que os conserve todavía mucho tiempo; para que podáis terminar bien el año viejo y comenzar bien el nuevo y pasarlo bien y santamente. íEs algo muy grande la oración! Pero hay que decir algo más detallado. Pues bien, os diré que este año está para acabar y no volverá jamás, irá a parar in perpetuae aeternitatis annos, a los años eternos. Vendrá el año nuevo; si lo empezamos bien, será todo para la mayor gloria de Dios, para bien de vuestros parientes, amigos, bienhechores y superiores. Si no lo pasamos bien, irá mal, será tiempo perdido... He aquí lo que os digo muy brevemente. ((**It17.512**)) Y si tuviera tiempo y mis fuerzas lo permitieran, os hablaría de lo que sucederá este año. Diría que, como el año pasado, algunos que estaban aquí escuchándome ya no están entre los vivos, así el año que viene por estos días no estarán aquí al menos seis de los presentes esta noche. Ellos comparecerán ante el Señor para dar cuenta de sus acciones, que esperamos habrán sido buenas. Querría hablaros de las grandes calamidades que sufrirá alguno de esta misma casa y de las muchas alegrías para otros de los que están presentes. De los desastres públicos, que afligirán a nuestros países... Pero dejemos todo esto oculto en el secreto consejo de Dios y que El permitirá para gran gloria de los buenos, para temor y corrección de los malos. El es nuestro buen Padre, nos bendice siempre y no nos envía estos castigos más que para movernos a acudir a su misericordia. Más bien prefiero deciros dos palabras acerca de lo que practicaréis en el curso de este año. Primera: frecuencia de la santa Comunión, pero bien hecha, dígnamente, con la conciencia limpia; vaya cada uno a recibir la Comunión después de una buena confesión. Así, pues: frecuencia de la santa Comunión. Segunda: hay una virtud, que los Santos y los Directores de espíritu dicen que engendra las demás y las conserva todas: la obediencia. Querría yo explicaros qué se quiere entender con la palabra obediencia, pero os lo explicarán otros. Vosotros, haced todo lo posible para practicarla de la manera que os la expliquen y sacaréis de ello gran fruto para el alma y para el cuerpo. Pero la verdadera obediencia no se llama seguir los propios gustos, no. El que os predique, os explicará en qué consiste esta virtud. Puestas así las cosas, yo rezaré cada día por vosotros, y os ruego que recéis por mí. Porque si yo os digo que no estáis seguros de estar todavía con vida el próximo año, con mayor razón debe decirse esto del pobre don Bosco. Para él, de mes en mes, de día en día, resulta cada vez más claro que es tiempo de que piense en su eternidad. En todas vuestras oraciones y comuniones, acordaos, pues, de mí. Y termino. Si (**Es17.440**))
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