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((**Es17.299**) Pareció preferible la segunda solución. En el mes de noviembre quedó todo preparado para recibir en el nuevo edificio a sus moradores. A lo largo de la avenida del Rey, no se levantaban todavía a la sombra de los plátanos los grandes edificios, que entonces empezaron a formar el paseo de Víctor Manuel II; así que resaltaban la iglesia y la casa de San Juan y formaban un conjunto de edificios urbanos de elegante aspecto. Pasó un día por delante el rey Humberto 1, camino de la Exposición, admiró la novedad y, volviéndose al alcalde, preguntó: ->>De quién es esta casa? -Es uno de los hospicios de don Bosco, contestó el conde de Sambuy. -íDon Bosco!, exclamó el Soberano. Todos hablan de él y yo no he podido verlo nunca. El ambiente parecía demasiado suntuoso para la condición de los huéspedes, a quienes les pareció pasar de una rústica vivienda a un palacio. Su presencia se aprovechó para el servicio del culto de la hermosa iglesia, la asistencia de los muchachos y la catequesis del oratorio festivo. Don Bosco, por su lado, se alegraba de tener cerca una obra, que tanto le había costado y de la que tanto fruto esperaba; por eso, durante el primer año escolar, iba por allí con cierta frecuencia, observaba cómo se arreglaban las cosas y bajaba a veces a visitar la cocina; y, cuando tenía que pasar algún lapso de tiempo notable sin poder ir, mandaba llamar al director, don Felipe Rinaldi, para informarse de todo y darle normas. Una de éstas fue que cada miércoles o jueves diese el Director a los Hijos de María una conferencia familiar, enseñándoles, por ejemplo, a dar clase de catecismo y, en general, supliendo todo lo que no podía decir en los sermones; en una palabra, que les hablase de todo lo que le pareciere mejor. <((**It17.346**)) olvidar, pues enseñó la experiencia que es muy útil>>, anota don Felipe Rinaldi en un cuadernito. Otra norma anotada en él, se refería a las admisiones. -Hay que poner como principio, le dijo el Santo, que la pensión no cuesta nada, si los informes son buenos. Tómese lo que se pueda. En octubre de 1885 fue a su casa el joven Zanella y el prefecto le escribió que no volviera si no pagaba su deuda. El escribió entonces a don Bosco, el cual le hizo contestar que, en San Juan Evangelista nunca se expulsaba a ninguno por el único motivo de no poder pagar. Zanella volvió, llegó a ser clérigo salesiano y, obtenido el permiso para marchar a América, dejó allí óptimo recuerdo de su celo. (**Es17.299**))
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