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((**Es17.149**) insultar a su superior, lo haría él, asegurando que monseñor Bertagna mentía; pero se conformaba, rogándole que tuviese a bien impartir a los presentes su paternal bendición. A lo que repuso el buen Obispo: -Su Eminencia me dijo que recibiera la bendición y no que la diera. ((**It17.166**)) Y, como al decir esto, se arrodilló con todos los demás, don Bosco tuvo que bendecirlos. Durante la comida, la fiesta fue íntimamente familiar. Don Bosco presidió en el comedor grande, todo engalanado, y se sentaba a su derecha la condesa Colle y a su izquierda el conde. Una graciosa escenita alegró a los comensales, hacia la mitad del banquete. Don Francisco Dalmazzo, que había llegado de Roma pocas horas antes, se levantó y leyó en alta voz un Breve, con el que León XIII honraba al Conde con el título de Comendador de la Orden de San Gregorio Magno. La inesperada condecoración conmovió hasta las lágrimas a los dos nobles esposos. Don Francisco Dalmazzo besó al Conde y entregó la insignia a don Bosco, el cual la puso en manos de la Condesa. Esta la colgó al cuello del marido, entre las aclamaciones entusiastas de los presentes. La vida de don Bosco se embelleció con muchos graciosos episodios, que es lástima grande no se pensara a tiempo coleccionarlos; tendríamos ahora material para una de las publicaciones más originales de la literatura hagiográfica. Mientras disfrutaban los comensales la alegría del banquete, adelantóse hacia don Bosco un joven estudiante del Oratorio con dos preciosos tomates en un plato y los colocó con gracia ante él, sobre la mesa. Aquella aparición despertó la curiosidad de los invitados. Don Bosco dijo: -Es el único fruto de mi huerto. Y sin más, se puso a rebanarlos, condimentarlos y comerlos. >>De dónde procedían los dos rojos tomates? En una de las cajas que, a manera de arriate, había a lo largo de la pared exterior de su galería, en las que crecían plantas de judías para hacer sombra con su follaje en las ventanas, había brotado casi tímidamente como un intruso un tallo de tomatera. Nadie lo había sembrado; pero era natural que la tierra, llevada de la huerta, encerrase en su seno simientes de varias clases. Cuando aparecieron en el tallo las florecitas amarillas, el Santo se dio cuenta y preguntó al muchacho que actuaba como primer encargado del <>: ->>También cultivas tomates? -No, señor, repuso él; ha nacido él solo. Pero, si quiere, lo arranco en seguida. (**Es17.149**))
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