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((**Es17.100**) enviase una copia adaptada a los jóvenes. Lemoyne eliminó la parte que interesaba sólo a los superiores. La lectura, hecha por don Miguel Rúa por la noche después de las oraciones, fue acogida por los muchachos con temor, máxime porque el Santo decía en ella que había conocido el estado de muchas conciencias. A su regreso, hubo una continua peregrinación de jovencitos a su habitación para saber el estado en que los había visto. De todo esto se derivaron dos efectos principales: un principio de reforma en la vida del Oratorio y el alejamiento de algunos, que parecían bonísimos. He aquí el texto completo del sueño. Mis queridos hijos en J. C.: Lo mismo cerca que lejos, siempre pienso en vosotros. Uno solo es mi deseo, que seáis felices en el tiempo y en la eternidad. Este pensamiento, este deseo me ha impulsado a escribiros esta carta. Siento, queridos míos, el peso de la distancia a que me encuentro de vosotros y el no veros y el no oíros me causa una pena como no podéis imaginar. Por eso, habría deseado escribir estas líneas hace ya una semana, pero las ((**It17.108**)) continuas ocupaciones me lo impidieron. Con todo, aunque faltan pocos días para mi regreso, quiero anticiparos mi llegada, al menos por medio de una carta, ya que no puedo hacerlo en persona. Son las palabras de quien os ama tiernamente en Jesucristo y tiene el deber de hablaros con la libertad de un padre. Y vosotros me permitiréis que así lo haga >>no es cierto? Y prestaréis atención y pondréis en práctica lo que os voy a decir. Os he afirmado una y otra vez que sois el único y continuo pensamiento de mi mente. Ahora bien, en una de las noches pasadas yo me había retirado a mi habitación y, mientras me disponía a entregarme al descanso, comencé a rezar las oraciones que me enseñó mi buena madre. En aquel momento, no sé bien si víctima del sueño o fuera de mí por alguna distracción, me pareció que se presentaban ante mí dos antiguos alumnos del Oratorio. Uno de ellos se acercó y, saludándome afectuosamente, me dijo: -íDon Bosco! >>Me conoce? -Sí que le conozco, le respondí. ->>Y se acuerda aún de mí?, añadió. -De ti y de los demás. Tú eres Valfré y estabas en el Oratorio antes del 1870. -Diga, continuó, >>quiere ver a los jóvenes que estaban en el Oratorio en mis tiempos: -Sí, házmelos ver, le contesté, eso me proporcionará una gran alegría. Entonces Valfré me mostró todos los jovencitos con el mismo semblante y con la misma edad y estatura de aquel tiempo. Me parecía estar en el antiguo Oratorio a la hora de recreo. Era una escena llena de vida, de movimiento y alegría. Quién corría, quién saltaba, quién hacía saltar a los demás; quién jugaba a la rana, quién a bandera, quién a la pelota. En un sitio había reunido un corrillo de muchachos pendientes de los labios de un sacerdote que les contaba una historieta. En otro lado, había un clérigo con otro grupo jugando al <> o a los <>. Se cantaba, se reía por todas partes, había por doquier sacerdotes y clérigos y alrededor de ellos jovencitos (**Es17.100**))
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