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((**Es16.87**) Teniendo, pues, en cuenta las causas aducidas por los testigos y reduciéndolas para mayor claridad a algunos puntos esenciales, encontramos que algunas son hijas del carácter y de la mentalidad del hombre y otras del ambiente doméstico y curial. En cuanto al temperamento que tenía por naturaleza, en una necrología que apareció inmediatamente después de su muerte y penetrada de la mayor deferencia hacia la memoria del finado 1, se hace mención de su <> y se añade que, durante su misión en Inglaterra, <((**It16.94**)) con procedimientos de dulzura hacer volver aquellos pueblos al abandonado redil>>. Era cosa sabida por todos que realmente se mostraba impulsivo e impetuoso y que fácilmente se acaloraba y empleaba palabras duras. Estos excesos eran el producto de su gran nerviosismo y también de los ataques hepáticos, a los que estaba sujeto. Arrastrado, pues, por este natural, sucedía, como dicen los testigos, que a veces se propasaba y luego temía comprometer su dignidad, si reconocía públicamente su fallo. Aquí, pues, hay que buscar en primer término uno de los factores de lo que sucedió. Otro factor hay que buscarlo en sus disposiciones de espíritu. Debía su formación intelectual a la Universidad de Turín en la que estudió, cuando todavía soplaban en ella aires de jansenismo y galicanismo; de ahí, su escasa simpatía por la moral de san Alfonso y el exagerado concepto de la jurisdicción episcopal. Lo primero hacía que, para mantener la disciplina eclesiástica, tuviera exigencias excesivas, torcidas o poco serenas y acudiera a veces a medios increíbles, aunque reales; lo segundo, le hacía autoritario, entrometido, intolerante contra cualquiera que, aun respetando su dignidad, no pudiese mostrarse conforme con todas sus opiniones. De ahí que, sin estar en absoluto autorizado por Roma, quería entrometerse en la vida interior de la Congregación Salesiana, ya aprobada por la Santa Sede, pretendiendo que se actuase en ella a su manera. Es más, la autonomía de la Sociedad Salesiana le molestó desde el principio de su episcopado en Turín. <>. Bajo la acción continua de estos múltiples factores no cabía esperanza humana de que los choques, una vez comenzados, se pudiesen fácilmente detener o amortiguar. Lo afirmó con sólido conocimiento 1 La Stella Consolatrice, núm. 13-14.(**Es16.87**))
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