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((**Es16.63**) las once. Para dar tiempo de reunirse a la comunidad, la Superiora le acompañó a visitar en la enfermería a la madre De Fraix, gravemente enferma. Se esperaba de él un milagro; pero él la bendijo y la animó, diciéndole que aquella bendición la acompañaría hasta la muerte. Y, al salir, dijo a la Superiora que la enferma estaba bien preparada para ir al paraíso. Bajó después a la sala, donde le aguardaban todas las hermanas, y les hizo una breve exhortación para que observaran fielmente las reglas y formaran así santas para el Cielo; por último, las bendijo. Fue también a bendecir a un grupo de señoras que hacían ejercicios espirituales; una de ellas, que padecía sordera, se encomendó a él para que le obtuviera la gracia de la curación. Contestóle que confiase en la bienaventurada Virgen María y se lo pidiese cada día con fervor hasta el quince de agosto. Vivía en la casa la cofundadora de la Congregación, Madre Teresa Couderc, cuya causa de beatificación ha sido introducida en Roma. También ésta estaba enferma y don Bosco le dio su bendición 1. Sus hijas esperaban algún efecto admirable de la misma; pero la santa religiosa, hablando de aquella visita, decía: -Después de la visita me sentí más cansada que antes. Yo no había pedido la curación, sino que rogué al Señor me concediera todas las gracias anejas a la bendición de aquel santo varón. íAh, sí, es un verdadero santo!, repetía con profunda convicción. La Superiora observaba, al escribir sobre esta visita: <>. Se anunció su misa para el martes, en la iglesia de San Francisco de Sales. Hubo el acostumbrado gentío. Después, ((**It16.65**)) para que la muchedumbre no lo oprimiese, hubo que atrancar las puertas de la sacristía. Para el día once, aceptó la afectuosa y apremiante invitación de ir a comer en la casa de campo del seminario, en la que se habían juntado casi doscientos estudiantes con sus superiores y otras personas de consideración. El Rector, los profesores y los seminaristas derrocharon muestras de efecto. Comieron todos juntos en una amplia sala. Hacia el final, rogáronle insistentemente que les hablara y él dirigió a los alumnos unas palabras de consejo y aliento, que le escucharon con religiosa atención y agradecieron con entusiastas aplausos. 1 Mientras corregimos las pruebas de imprenta del presente volumen (12 de mayo de 1935), se publicaba en Roma el decreto sobre la heroicidad de sus virtudes.(**Es16.63**))
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