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((**Es16.499**) paraíso. Tenía sólo cuatro años cuando, sustrayéndose diestramente a las miradas de los otros, se recogía en oración. La madre, al no verle a su lado, preguntaba por él a las doncellas, las cuales, después de buscarlo largo rato, le decían: -íAh, si vinierais a verle! ->>Dónde? -Allí, en un rinconcito escondido de la casa, en el desván o en otro lugar donde no pudiese ser observado. Allí con la cabeza inclinada, con sus tiernas manecitas sobre el pecho, de rodillas en el suelo, estaba absorto en dulce solaz con Dios; mientras se encontraba en esta posición difícilmente se le podía alejar, a menos que se le dijera que había un pobre de Jesucristo y entonces sí, se levantaba al punto, corría alegre a verle, volvía para decírselo a su mamá y pedía impaciente algo con que aliviar su necesidad, queriendo poner él mismo la limosna en su mano. Con estos hermosos cimientos de virtud, fácilmente podéis deducir cómo fue la niñez y la adolescencia de Luis. La caridad con el prójimo, el amor a Dios, el deseo de hacer penitencia por Jesucristo ocupaban todo el afecto de su corazón; era todavía muy niño y no se entretenía con los juegos, pasatiempos u otras diversiones propias de la edad; iba por calles y plazas, pero no se paraba a hacer bromas y gracias a nadie, o bien a menospreciar con apodos o con hechos a otros compañeros, sino que, con los ojos ((**It16.607**)) bajos, con actitud modesta y recogida, enamoraba a todo el que le miraba; en la iglesia era la maravilla de quien le observaba: no decía una palabra, ni sonreía a nadie, ni se acercaba a ninguno; de suerte que, la gente acudía en tropel, para deleitarse contemplándolo, y quedaban asombrados ante tanta modestia y virtud en un jovencito. Obediente en sumo grado, no se separaba de sus padres, sin obtener previamente permiso y no sólo procuraba cumplir lo que éstos o los maestros de escuela le mandaban, sino que se industriaba por adelantarse a hacerles los pequeños servicios que podían agradarles. Es más, nunca mandaba sin antes decir a sus sirvientes: si podéis, haced tal cosa; si no os molesta, necesitaría esto; y, muchas veces, obedecía a aquellos a quienes le correspondía mandar. La experiencia le hizo comprender que sólo se obtiene el mal del trato con los malos compañeros. He aquí el hecho. Trataba con algunos que, como sucede también en nuestros días, tenían la costumbre de hablar mal; aprendió Luis de ellos a decir algunas palabras soeces, triviales y menos correctas; en otra ocasión, tomó un poco de pólvora, cargó una pieza de artillería y la disparó con riesgo de su vida; éstos fueron sus dos pecados, si así pueden llamarse, por no tener entonces más que cuatro años, cuando no se conoce bien el significado de lo que se dice; tanto más que, en cuanto fue advertido de ello, se enmendó de modo que ya no dio ocasión para que se le reprochara esta falta. Estas dos culpas fueron el objeto de sus muchas lágrimas y dolor; cuando llegó a los diez años, confesó estas dos culpas, pero íay Dios mío! Bien sabéis vosotros, con cuánto dolor de corazón, con ayunos y oraciones, presentóse al confesor y, al pensar que el pecado es ofensa de la infinita majestad de Dios, fue tanta su confusión y tal el dolor de sus pecados que rompió a llorar, se desmayó y cayó como muerto a los pies del confesor; fue preciso llevarlo de nuevo al confesonario para poder acabar la confesión. Y no le bastó a Luis esta dolorosa confesión, con la penitencia que le fue impuesta; antes al contrario, desde entonces precisamente comenzó las rigurosas penitencias que sería largo querer reseñar; me limitaré a una breve mención. Además de las muchas y prolongadas oraciones que hacía en el tiempo por él establecido, oír y ayudar muchas misas, tomar parte en el canto de vísperas y en las demás funciones de iglesia, llegó también a las penitencias exteriores. No me extrañaría que, por necesidad o en lugares desiertos, donde sólo hay campesinos o silvestres, hubiese personas que hicieron grandes abstinencias; pero me asombra ver a (**Es16.499**))
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