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((**Es16.448**) -íMiserable! íInsolente! -íDiantre!, son locos furiosos. Si no se están quietos, se les dará una ducha y se les pondrá la camisa de fuerza. Y los encerraron a continuación. De no haber intervenido el capellán, allí estarían todavía. Mientras tanto, don Bosco desapareció y volvió a sus muchachos que lo esperaban. >>Qué hacer? Parecía perdida toda esperamza. Se reúnen por última vez en el prado; se repite la estación del Huerto de los Olivos. <>Pero abandonarás a mis huérfanos? Inspírame lo que he de hacer>>. Los muchachos, arrodillados a su alrededor, están allí con los ojos vueltos al cielo, esperando con confianza. En aquel momemto, llega un buen hombre, que le dice:-<((**It16.545**)) cobertizo que se lo puede ofrecer, pero el techo es tan bajo que no puede uno ponerse de pie sin dar con la cabeza en él; es como esas barracas donde los misioneros van a predicar a los salvajes>>. -Eso no importa, dice don Bosco, se cavará un poco el suelo, cuando venga Monseñor tal vez se vea obligado a quitarse la mitra, pero mis muchachos estarán al abrigo. Y, en efecto, al cabo de unos pocos días, setecientos muchachos se apretujan en el cobertizo. Don Bosco está a salvo. En vano, sus ememigos quieren renovar las persecuciones; en vano, el Teniente de alcalde, marqués de Cavour, quiere levantar contra él una formidable oposición; don Bosco cuenta con el rey; el soldado y el sacerdote se las entienden y llegan donativos reales con esta dirección: <>. Don Bosco comprende que la hora de Dios ha llegado; se pone en camino y va a buscar a su madre a I Becchi. -<>quiere usted dejar su casa, renunciar a su vida tranquila y venir a compartir mis trabajos?>>. -Vamos, hijo mío, contesta aquella valiente mujer. Y, el día tres de noviembre, madre e hijo se ponen en camino a pie, bastón en mano, el uno con el breviario bajo el brazo y la otra con una cesta llena de provisiones. ->>Adónde vas de esa mamera, amigo Bosco? Le dice el abate Vola, que le encuentra en el camino. >>Cómo vas a salir de apuros? -No lo sé, íla Providencia proveerá! -Toma; no tengo más que el reloj, pero quiero que sea para ti. Y entonces comienza, entre esta madre y este hijo, esa vida sublime, vida de lucha, de entrega que se ha popularizado por toda Italia. Ella atiende a la cocina y él saca agua del pozo, sierra la madera, enciende el fuego, prepara el puchero y, si hay que remendar un pantalón, se pone a ello valientemente. Ha comprado un pajar junto al oratorio, manda meter paja reciente y algunas mantas; cuando faltan las mantas, hay sacos. Para comer, cada uno se sienta donde puede. Unos en el patio sobre una piedra, otros en los peldaños de la escalera. Como no puede dar de comer más que a unos cincuenta a la vez, los atiende por grupos, como los invitados de CompiŠgne y de Fontainebleau. Los domingos por la mañana se ve un pequeño batallón que sale del cobertizo, se alinea delante de la puerta mientras llega el nuevo; luego, tras una breve oración, unos se van y otros los sustituyen. (**Es16.448**))
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