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((**Es16.231**)las gracias con un penetrante Dieu vous le rende, cuando llegó a aquélla, se paró y, mirándola fijamente, le preguntó: -Bueno, >>cuándo es la partida? No necesitó más; era la voz de Dios: el ocho de junio entró en Conflans como novicia. Es gracioso el caso de los señores de Montigny, que todavía recuerdan las mismas religiosas. Se casaron de edad ya avanzada, y habían tenido dos hijas, a las que, alrededor del año 1875, enviaron al colegio de las religiosas del Sagrado Corazón para que las educaran; pero la delicada constitución de las niñas era causa de continuas angustias para los pobres padres. En efecto, la mayor, María Teresa, murió a los quince años y la otra, Amelia, dieciocho meses después, víctimas ambas de tuberculosis pulmonar. La casa de sus padres se convirtió en casa de luto y de tristeza. Algunos amigos les facilitaron una entrevista con don Bosco en Niza, y el santo derramó en aquellos corazones el bálsamo del consuelo, exhortándolos a ayudar a la juventud pobre y abandonada. Más tarde, después de haber gozado de su hospitalidad en Lille, les susurró, en el instante de la salida, una palabra singular: -Hay que preparar una cuna. Aquella palabra se divulgó poco a poco, y llegó también a oídos de monseñor Alfredo Duquesnay, Arzobispo de Cambrai, bajo cuya jurisdicción estaba la ciudad de Lille, que no era todavía sede episcopal. -Si tienen un hijo, dijo, quiero ser yo el padrino. No transcurrió un año cuando los dos buenos señores acariciaban a un bebé, heredero suspirado de su nombre y de sus haberes. Monseñor mantuvo la palabra. El arcipreste ((**It16.271**)) de San Mauricio, que debía bautizar al recién nacido, al encontrarse ante padrino tal, le rogó le indicara cómo debía comportarse ante su Arzobispo en aquella sagrada ceremonia. -Actúe como si yo fuese un diocesano cualquiera, le contestó bondadosamente Monseñor. Se impuso al bautizado el nombre del padre y el del Arzobispo. El testigo, que nos refiere estos detalles, vio en 1897 a la madre, ya viuda, sin más consuelo en este mundo que aquel hijo del milagro, como ellos solían llamarlo 1. El joven subdiácono jesuita, José Crimont, nos describe la maravillosa gracia que él mismo recibió. Ayudó dos veces a don Bosco a celebrar la santa misa. La primera fue el día seis de mayo, en la capilla 1 Carta del cisterciense, Mauricio Berthe, a don A. Auffray, noviembre de 1934. (**Es16.231**))
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