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((**Es16.207**) su encargo; pudo, por fin, sacar al Santo de la avalancha de los potentados personajes de ambos sexos, que le tenían prisionero y llevarle hasta un modestísimo coche de alquiler. No fueron directamente al Instituto, porque antes don Bosco tenía que visitar a un niño enfermo. En la mesa alegró a los convidados con su agradable conversación. -Con su francés, comme ci comme ça, dijo Su Eminencia, en un coloquio al que también asistía quien ahora escribe, se hacía entender muy bien. A continuación, hubo una recepción en el aula magna con todos los profesores y casi todos los alumnos. Le invitaron a hablar y lo hizo con gran sencillez, exponiendo el origen de su obra y las dificultades ((**It16.242**)) que hubo de superar. Todos estaban pendientes de sus labios. Cuando no le venía un vocablo, se inclinaba a un lado y preguntaba al vecino. ->>Cómo se dice esto en francés? Cuando oía el término, lo repetía. -C'était délicieux, concluyó el Cardenal, le succŠs fut trŠs grand 1. Aquella misma tarde, dio una gran satisfacción a una noble familia. La señora Du Plessis tenía una nietecita de veintiséis meses con tos ferina y peligrosas complicaciones, que hacían pronosticar a los médicos un triste desenlace. La abuela había obtenido de don Bosco, a través de la señora Combaud, la promesa de una visita a la enferma. Fue ella misma a buscarle con su coche. Entró don Bosco, acompañado por el secretario, en el palacio y encontró a los padres de la enfermita sumidos en llanto. Hacía poco que habían perdido también a un hijo. Lleváronle hasta el lecho de la pequeñita. Hizo el Santo una breve oración e invitó después a rezar a los padres y a los presentes. Mientras rezaban, se detuvo de pronto y, volviéndose al señor Du Plessis, dijo: -No basta que recen los demás, es menester que rece también su padre. Por último, puso al cuello de la niña una medalla de María Auxiliadora, diciendo: 1 El Cardenal habló también de otro encuentro que tuvo con don Bosco. Un año, al volver a Italia para las vacaciones, llegó a Turín con dieciséis liras en el bolsillo. Con las prisas por salir, se le había caído al suelo el portamonedas y, como ya había sacado el billete por anticipado, no se dio cuenta de que había perdido la cartera hasta llegar a la frontera. Aprovechando una parada en Turín, voló al Oratorio y pidió a don Bosco cien liras prestadas. Las obtuvo enseguida sin formalidad alguna. Véase Bulletin Salésien, agosto-septiembre de 1932. (**Es16.207**))
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