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((**Es16.109**) palabra, la limosna, que es la acción de gracias de obra. Si un millonario, curado milagrosamente de enfermedad incurable, diese a Dios en la persona de los pobres un simple billete de mil, cantidad tan inferior a la que le pediría un médico eminente, sería un verdadero desacato. Un señor no tuvo reparo en preguntarle qué había ido a hacer en París. Le contestó cándidamente: ->>No sabe usted a qué le obliga el hambre al lobo? Lo hace salir de su guarida y correr de un lado a otro para matar el hambre. Ahí tiene usted la razón de por qué he venido yo a París. Estoy cargado de deudas para mantener a mis huerfanitos y, no queriendo morir de hambre ni dejar sufrir a mis hijos, he venido de Italia a Francia y luego a París, donde sé que hay muchas personas caritativas y generosas como usted, para pedir limosna. El curioso comprendió tan bien la lección que, al despedirse, le rogó aceptara una cuantiosa limosna. Contestaba a sus interlocutores con una modestia y sencillez encantadoras. El barón Reille, honradísimo por sentar a su mesa al Siervo de Dios, invitó a acompañarlo a diversos personajes, entre ellos a monseñor De Rende Nuncio Apostólico. Se desarrollaba en torno a don Bosco la más variada conversación, disfrutando los comensales de su inagotable afabilidad, cuando un señor del gran mundo parisiense le hizo con toda sinceridad esta observación: -Usted posee un ascendiente extraordinario sobre los caracteres malvados, y la historia del ladrón convertido y el paseo con los muchachos del correccional que no se escapan, son hechos que tienen el sello de lo prodigioso. -íOh!, contestó don Bosco con aguda ocurrencia; de ningún modo, no he sido tan afortunado siempre. Los primeros vagabundos que recogí en los barrios de Turín durmieron en mi refugio una sola noche y, a la mañana siguiente, se llevaron hasta las mantas. Tantas eran las amenazas de muerte que durante varios años no pude recibir a ninguno sin tener conmigo ((**It16.122**)) alguna persona; sufrí varios intentos de asesinato. ->>Y no bastaba esto para menguar el afecto por su empresa? -íAh, no! Sólo pensaba que eran unos pobres hombres crecidos torcidamente desde su niñez. íLa sociedad se interesaba muy poco por los desheredados! Los presentes advirtieron que la caridad tenía siempre la última palabra en sus labios. Ciertos rasgos, como el del gabán, gustaban a los parisienses y les hacían abrir la bolsa; pero hay también otros diferentes. (**Es16.109**))
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