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((**Es15.675**) Libra de la muerte del alma, alcanzándonos no caer en pecados mortales o mereciéndonos el arrepentimiento de los mismos y la gracia de confesarnos con las debidas disposiciones, y por consiguiente, el perdón. Libra de la muerte eterna, o sea, de la eterna condenación, en cuanto que nos obtiene el don de la perseverancia final, esto es, la gracia de morir en amistad con Dios. Libra también de la muerte corporal, no ya de un modo absoluto, como si nos hiciese inmortales, sino relativamente, manteniéndonos lejos de ciertos males, que nos acarrearían antes la muerte, obteniéndonos la curación de enfermedades graves y desesperadas. La Sagrada Biblia nos habla de una tal Tabita resucitada de la muerte por San Pedro, en razón de sus limosnas. Cuando llegue nuestra hora, la limosna nos librará de una muerte cruel y espantosa, nos alcanzará acabar la vida resignados y confortados, nos dará una muerte como el sueño de un niño, que se duerme plácidamente en los brazos de su amorosa madre. Eleemosyna a morle liberal. El Arcángel añade: Ella purga los pecados: et ipsa est quae purgat peccata. La limosna purga los pecados en esta y en la otra vida. Una persona que hace limosna por amor de Dios y del prójimo, ejerce un acto de caridad: y un acto de caridad perfecta con Dios cancela no sólo los pecados veniales del alma, sino también los mortales, con tal de que haya el deseo de confesarlos cuando se presente la ocasión. Los purga también obteniéndonos más fácilmente el perdón de Dios: los purga haciendo que el alma esté más dispuesta a recibir con mayor abundancia las gracias del sacramento de la Confesión y de la Comunión. Los purga no sólo para ésta, sino también para la otra vida; porque la limosna, especialmente cuando se hace con algún sacrificio, satisface por los pecados cometidos, nos libra de la pena que por ellos deberemos sufrir en este o en el otro mundo, y nos impide caer o permanecer mucho tiempo en el Purgatorio. Y la limosna aporta esta utilidad no sólo al que la hace, sino también a las almas que ya se encuentran penando, satisfaciendo por sus pecados, pues las libra de sus prisiones y las pone más rápidamente en posesión de la gloria eterna. Finalmente facit invenire misericordiam et vitam aeternam: la limosna hace encontrar misericordia y la vida eterna. íAy de nosotros, si el Señor nos tratase con todo el rigor de su justicia! >>Quién no temería caer de un momento a otro bajo el azote de su ira? >>Quién no temblaría al presentarse a su juicio? Tenemos, pues, necesidad absoluta de que Dios tenga misericordia de nosotros, piedad y compasión. ((**It15.793**)) Y esta compasión, esta piedad y misericordia El la usará con nosotros, si nosotros la empleamos con los demás, mediante nuestras limosnas. Jesucristo nos lo prometió con estas palabras: Bienaventurados los misericordiosos, porque encontrarán misericordia; y, en cambio, hizo que el apóstol Santiago amenazara con un juicio sin misericordia a los que no tuvieren misericordia: Judicium sine misericordia ei, qui non facit misericordiam. Pero la misericordia no sólo hace encontrar misericordia, sino también la vida eterna, es decir, el Reino de los Cielos. El divino Redentor nos lo asegura, cuando al hablar del juicio universal, nos dice las palabras, con las que decretará el último día el premio para los benditos y el castigo eterno para los malditos: Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo: porque, en la persona de vuestro prójimo tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui peregrino, y me albergasteis; estaba desnudo, y me vestisteis; estaba enfermo, preso, y me visitasteis. Volviéndose después a los malos, les dirá: Apartaos de mí, malditos, id al fuego eterno; porque en la persona de vuestros hermanos, yo tenía necesidad y vosotros no me habéis asistido. (**Es15.675**))
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