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((**Es15.504**) documentos incontrastables y abundantes sobre la generosidad de alguna espléndida persona, es muy lógico que nos lancemos sobre ellos con la legitima curiosidad de descubrir los misterios de la caridad cristiana, a saber, cuáles fueran los sentimientos que animaron a eminentes bienhechores a dar sin cesar, y cuáles los del eternamente <>, pidiendo sin descanso. Don Bosco conoció a la señorita Louvet en Niza, por medio del director de aquella casa que ponderaba su bondad y caridad; pero ella era de Aire-Sur-Lys, provincia de Pas-De-Calais, hija soltera de un alto jefe del ejército. Prendada de la fama de santidad que orlaba el nombre de don Bosco, ardía la señorita en deseos de conocerlo; y no le resultó difícil lograrlo, porque generalmente iba a la Costa Azul precisamente durante el período, en que el Siervo de Dios tenía la costumbre de ir en busca de dinero por aquellos lugares. Se trataba, además, de dos almas creadas para entenderse y que, por un destino providencial, llegaron a encontrarse. Desde aquel afortunado momento, la señorita Louvet abrigó siempre tanta veneración a don Bosco, que no tuvo para él secretos en su vida espiritual ni medida para abrirle su bolsa, todo con una espontaneidad encantadora. Don Bosco, por su parte, la trataba como un buen papá, aconsejándola paternalmente y manifestándole con verdadero candor sus muchas necesidades. La correspondencia empieza el primero de enero de 1882 y dura hasta el 5 de septiembre de 1887. En una de las primeras cartas 1, don Bosco ((**It15.586**)) pregunta a la señorita Louvet, si entiende su mala letra o prefiere que se sirva del secretario, que es un buen calígrafo; pero la señorita debió responderle que prefería contemplar los rasgos de don Bosco: en efecto, no se da nunca el caso de que nos encontremos con una pluma ajena. Tampoco el francés de don Bosco, algo pobre de expresión y de sintaxis debió disgustar a la destinataria, mujer de exquisito gusto, puesto que conservó sus cartas con tan escrupuloso cuidado. Poseía un discreto patrimonio, pero en su caridad nunca dijo basta; este epistolario nos proporciona suficientes pruebas de su constante generosidad. Fue la señorita Louvet a Turín por vez primera, a fines de 1881, acompañada por la señorita Deslyons y con ella se hospedó en casa de las Hijas de María Auxiliadora, donde dejó gratísimo recuerdo. Apenas volvió a su patria, anunció a don Bosco su feliz llegada con un billete de quinientos francos para sus obras. Pero hizo 1 Turín, 5 de agosto de 1882. (**Es15.504**))
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