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((**Es15.491**) Unia, que nunca había oído un lenguaje semejante, no sabía si debía tomar en broma o en serio aquellas palabras. ((**It15.570**)) Pero don Bosco estaba esperando una respuesta. -Pues bien, replicó, dígame qué ve en mi conciencia. -Tienes que hacer tu confesión, >>no es verdad? Pues yo la haré por ti; tú no tendrás más que contestar sí a mis preguntas. En efecto comenzó a decirle toda su vida con tal precisión que, a Unia le parecía estar soñando: el número de sus faltas, la especie, la malicia... todo punto por punto. El penitente, pasmado, no sabía ya en qué mundo se encontraba. -Pero, querido don Bosco, le preguntó: >>cómo se las ha arreglado para saber todas estas debilidades? Y entonces, quizás para animarle, pues lo veía muy acobardado, prosiguió: -Pues sé más todavía. Tenías doce años. Te encontrabas un domingo en el coro de la iglesia de tu pueblo, durante las vísperas. A tu lado estaba un compañero que dormía con la boca abierta. Tú, que llevabas ciruelas en el bolsillo, sacaste la más gorda y se la metiste en la boca. El pobrecito, al sentir que se ahogaba, dio un salto, y echó a correr de un lado para otro, pidiendo auxilio. El espanto general suspendió el canto. Pero por este pecado no hay que preocuparse: tu tío el cura ya te propinó enseguida la penitencia con una media docena de pescozones. No fue preciso más para que se diera por vencido. Terminó el curso de los Hijos de María con don Felipe Rinaldi en Sampierdarena, y pasó con él a San Benigno Canavese, donde fue admitido al subdiaconado en 1882. Pero no había modo de persuadirlo para que recibiera aquella orden sagrada. Don Bosco le convenció y también para el diaconado aquel mismo año. Mas, cuando se presentó la ordenación sacerdotal, fijada para el domingo antes del veinticinco de diciembre, el asunto se puso más serio que nunca. Tomó una actitud tan terca que se le concedió fuera a Turín para hablar con don Bosco. Habría querido pedir, al menos una dilación. Le parecía que no había estudiado bastante y que había todavía en él mucho de mundano, como no se cansaba de repetir él mismo. ((**It15.571**)) Entró, pues, en el aposento de don Bosco, le expuso el motivo de su viaje y, mientras hablaba acaloradamente, advirtió que el buen padre le miraba en silencio y sonreía. -Entonces, >>no querrías seguir adelante?, le preguntó don Bosco. -No, de ningún modo; yo tengo la cabeza rota y quiero quedarme como estoy. (**Es15.491**))
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