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((**Es15.320**) Don Bosco continuaba pensando en las castañas sin dejar de mirarlas, hasta que se despertó improvisamente. Comenzaba a amanecer. Dijo después a Lemoyne que, durante una semana entera, se la había repetido este sueño noche tras noche; bastaba que se adormeciera para que inmediatamente se presentase a su imaginación la escena de la mujer y las castañas. Una vez la mujer le habló así: -Está atento con las castañas podridas y con las vacías. Pruébalas metiéndolas en el agua dentro de la olla. La prueba es la obediencia... Cuécelas. Si se aprietan las podridas entre los dedos, sueltan inmediatamente el mal humor que tienen dentro. Tíralas. Las que están vacías suben a flote. No se quedan abajo con las otras, sino que quieren sobresalir de alguna manera. Tómalas con la espumadera y tíralas. No olvides que las buenas, cuando están cocidas, no se mondan fácilmente. Hay que quitar primero, la corteza y luego la piel. Entonces te parecerán blancas, muy blancas: pero observa bien: algunas son dobles; ábrelas y verás en medio otra piel, allí escondido hay un juego amargo. No se podría imaginar una comparación más exacta para señalar las diversas calidades de personas que conviven en una casa religiosa y cuán difícil sea escudriñar el corazón de ciertas personas a pesar de su bondad. (**Es15.320**))
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