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((**Es15.219**) escrito que el Rvmo. señor Arzobispo, en vez de limitarse a exponer argumentos para probar la licitud de la suspensión que ha impuesto a dicho sacerdote salesiano, implica en la cuestión a mí mismo y a la humilde Congregación Salesiana, acusándonos de la publicación de unos opúsculos que nada tienen que ver con nosotros, apoyándose en meras conjeturas y aseveraciones sin ningún fundamento. Y, como la causa ha de tratarse en plena asamblea de los Eminentísimos Padres el 17 del corriente, y, en tan breve espacio de tiempo y en medio de las serias preocupaciones que tengo estos días con la ya dicha expedición de misioneros, no me es posible dar todas las debidas aclaraciones, ni defenderme a mí y a mis súbditos, como es mi obligación de conciencia, pido, por tanto, humildemente que la Sagrada Congregación quiera, en su próxima reunión, dedicar su alto juicio solamente al punto de la suspensión impuesta, hace casi tres años, al reverendo don Juan Bonetti y no a las acusaciones que le son ajenas. Me parece razonable mi súplica: 1.° Porque los citados opúsculos no fueron causa de la suspensión que motivó esta cuestión, ya que entonces aún no existían. 2.° Porque, según refieren los que han leído esos opúsculos, no contienen nada contra las buenas costumbres, ni contra la disciplina eclesiástica; es más, se dice que son ortodoxos y que sólo combaten ciertas doctrinas y ciertos actos que no son conformes con las sabias intenciones de la Santa Sede. 3.° Porque, para enjuiciar rectamente si el que ha tomado parte en la redacción de tales opúsculos es culpable o no, se necesita, primero, saber si son buenos o malos los mismos opúsculos. Hace tiempo, el señor Arzobispo pretendió que yo hiciera una declaración para desaprobarlos y, aun más, condenarlos; mas, precisamente por miedo a desaprobar lo que debiera ser aprobado, me negué a firmar cualquier declaración en contrario y no permití que lo hiciera ninguno de los míos, cosa que molestó mucho al Arzobispo. Y, como quiera que estos opúsculos fueron leídos y aún se leen, y han suscitado dudas de conciencia, tengo intención de escribir a Su Santidad y rogarle humildemente que los haga examinar y dar un juicio autorizado para norma de los que los han leído o tuvieren que leerlos. Mientras tanto, como al vuelo, comienzo por declarar que yo no he tomado parte alguna en la redacción ni en la edición de estos libritos, ni tampoco he dado ninguna orden a propósito. Por tanto, protesto contra el relato referido que se lee en la página 47 de dicho escrito del Rvmo. contradictor. Este relato ha sido sustancialmente falseado. Por el contrario, he aquí cómo fue la cosa. Hace ya algún tiempo, el padre Antonio Pellicani, exjesuita, habiendo venido a nuestra tipografía de Turín para que se le imprimiera una ((**It15.244**)) obrita suya, se llegó hasta mi aposento. En la conversación salieron a relucir ciertos hechos notorios en la archidiócesis, que daban pie a la murmuración y no parecían redundar a mayor gloria de Dios y bien de las almas. El padre Pellicani dijo: -Sería bueno escribir estos datos y enviarlos al Padre Santo, a fin de que estuviera plenamente informado de cómo van las cosas y pudiera remediarlas. Yo le dije: -Padre, usted tiene tiempo. Escriba usted mismo a Su Santidad. Eso es todo. Dije que escribiera, sí, pero al Padre Santo. Por tanto, no es verdad que yo haya exhortado y rogado al padre Pellicani que escribiera y publicara libelos; no es verdad que, cuando apareció aquella publicación, me haya encontrado con el Padre y le haya dicho que, después de haberlo rechazado él, me encontré otro que se encargó de escribir los deseados opúsculos. Basta tener un poco de buen sentido para (**Es15.219**))
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