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((**Es15.161**)ocuparem os sólo de las que catalogamos como pequeñas contrariedades, no por carecer de importancia, sino porque, comparadas con las otras, parecen bagatelas. Como tales pueden considerarse los ataques de los periódicos, tres de los cuales ya se mencionaron en los capítulos precedentes, pero todavía quedan algunos. Era costumbre constante de don Bosco corresponder como mejor sabía y podía a los beneficios recibidos. Uno de los medios que empleó fue buscar condecoraciones honoríficas civiles o eclesiásticas para los bienhechores, cuando preveía que serían bien recibidas. No le movía a ello ningún oscuro pensamiento de halagar la vanidad ajena para luego sacar provecho, sino únicamente el deseo de corresponder, devolviendo bien por bien. Es un hecho que las distinciones concedidas por el Gobierno aumentaban el crédito de quien las recibía y, por tanto, favorecían sus intereses; las concedidas por la Santa Sede eran presentadas de modo que fueran recibidas por buenos católicos o eclesiásticos distinguidos, como vínculos de una unión más estrecha con la Cabeza suprema de la Iglesia. No pensaban así algunos alborotadores, acostumbrados a medir a los demás por su propia estatura. Uno de ellos era el famoso director de la Crónaca dei Tribunali. ((**It15.177**)) Este periódico publicó en su número del 26 de marzo un artículo titulado <>, en el cual, después de desfogar su cólera con los treinta y siete mil condecorados de Italia, iba a la repesca en el lejano pasado y, con la avidez de hablar mal del pobre don Bosco, contaba a su manera por qué torcidos caminos había llegado el fabricante de licores Revelli, de Turín, a alcanzar en 1870 la cruz de caballero. La realidad era que este señor, encaprichado por obtener la condecoración de caballero, había entregado a don Bosco un donativo de cuatro mil liras, cuando vio cumplidos sus deseos. Pero don Bosco ignoraba que había de por medio un 'corredor' de condecoraciones, que había representado dos papeles en la comedia; por lo que el recién condecorado, presintiendo el enredo, puso en danza también a don Bosco, como si hubiera cooperado con el otro al embrollo, y presentó querella contra ambos en el juzgado de Borgo Dora, exigiendo la devolución de la cantidad fraudulentamente arrancada. El magistrado condenó al demandante al pago de gastos y perjuicios, pero, como la sentencia no satisfacía al articulista, éste tramó para sus crédulos lectores un extravagante artículo sobre el asunto y cerraba su escrito con estas perversas palabras: <>. (**Es15.161**))
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