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((**Es14.59**) mínima esperanza. Calmados un poco los ánimos, bendijo al marqués y le mandó hacer la señal de la cruz. íAquello fue una maravilla! Alzó el marqués su derecha y se santiguó. Díjole después que repitiese cada día aquel acto, invocando los santísimos nombres de Jesús y María. A despecho de las distracciones carnavalescas, resonaba por doquiera el nombre de don Bosco. Cuando iba por las calles, unos se paraban y le miraban respetuosamente, otros seguían sus pasos, algunos le dirigían expresiones de súplica. Incluso las personas enmascaradas, olvidando sus frivolidades, pasaban a su lado con señales de reverencia. Muchos retrasaban la comunión hasta las ocho y media para recibirla de su mano. Lo que sucedía entre él y tantos como iban a hablarle, nadie pudo saberlo; don Juan Marenco vio salir a algunos tan impresionados que, absortos y como fuera de sí, no atinaban con la puerta que dada a la calle. <<íQué días de afluencia de gente!, exclamaba él mismo. La casa Salesiana parecía transformada en la casa municipal>>. El día 25 se multiplicaron de tal modo las audiencias, y cansóse tanto que, al atardecer, abrumado y víctima de un fuerte dolor de ((**It14.60**)) cabeza, tuvo que suspenderlas y retirarse a su habitación. Hizo por aquellos días muy mal tiempo con ventisca y lluvia. Al amanecer del día 26 relampagueaba horriblemente, después nevó y volvió a llover. El Beato, en un coche, enviado por una buena señora de Lucca, visitó a algunas beneméritas personas de la ciudad que estaban enfermas. Entre otros, fue a vez al conde Sardi, que después contaba cómo un hijito suyo, próximo a morir, y encomendado por él a las oraciones de don Bosco, se había recuperado de improviso y entonces gozaba de perfecta salud. Hacia las tres de la tarde, habló a los Cooperadores en la iglesita de la Cruz, con el ceremonial de siempre. Asistieron unas ciento cincuenta personas y entre ellas el Arzobispo. Don Bosco habló de la obra de las obras, los oratorios festivos, y explicó en qué consistía la asociación de los Cooperadores salesianos. Los oyentes estaban pendientes de sus labios con religiosa atención 1. Después de la ceremonia, una multitud de personas invadió la sacristía y la casa. Todos se agolpaban a su alrededor para decirle algo y oír de sus labios una palabra, que respondiese a sus necesidades espirituales o temporales. Se cuenta especialmente un caso que corrió rápidamente por toda la ciudad. Iba don Bosco, hacia la catedral con el Director a su lado y 1 Il Fedele, diario católico de Lucca, núm. 51 de 1879.(**Es14.59**))
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