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((**Es14.530**) anales de sus luchas y sus victorias. He aquí por qué al correr de los años y en tiempos cercanos a los nuestros, se ha podido poner en tela de juicio la realidad de una obra verdaderamente misionera llevada a cabo por ellos. Pero la historia imparcial deberá hacer justicia ante tan odiosas maledicencias, como las ha llamado en solemne circunstancia un orador bien informado 1. En su tiempo y lugar nosotros seguiremos narrando los progresos de las misiones salesianas en Patagonia durante la última época de la vida de don Bosco, que siguió hasta el fin, alentando con el consejo y la oración los pasos de sus hijos para promover en aquellas tierras remotas las obras de la ley de la civilización. Pero don Bosco impulsó el desarrollo de sus misiones, no sólo con toda clase de ayudas morales, sino proporcionándoles también, y con graves dificultades, una organización eclesiásticamente sólida, como aquí y más adelante veremos. Hacía ya tiempo que el Siervo de Dios había intuido la conveniencia de erigir en la Patagonia un Vicariato Apostólico, y los lectores conocen las primeras manifestaciones que hizo a la Santa Sede de este su pensamiento; pero, cuanto más adelante se iba, tanto más se le presentaba como una verdadera necesidad aquella simple conveniencia, si se quería dar, a la acción misionera, marcha ((**It14.623**)) regular y duradera estabilidad. En efecto, creando la jurisdicción eclesiástica no sujeta a los Ordinarios locales, sino dependiente de Propaganda Fide, se obtenía en el personal una compacta unidad homogénea y orgánica, libertad de movimientos en el ejercicio del sagrado ministerio y posibilidad de relaciones directas y continuadas con el Gobierno, de cuyas favorables disposiciones había muchos motivos para esperar.Este fue uno de los asuntos que más trabajó don Bosco durante su permanencia en Roma a principios de 1880. Acostumbrado a conducirse con ponderación, proporcionada a la importancia de los asuntos que llevaba entre manos, ante todo descubrió sus intenciones confidencialmente a algunos prelados; después, en la audiencia del 5 de abril, habló de ello al Padre Santo, el cual se dignó encargar oficiosamente que estudiara el asunto, con don Bosco, a monseñor Jacobini, secretario de la Congregación de Asuntos Eclesiásticos extraordinarios y al cardenal Alimonda, que pertenecía a la Congregación de Propaganda. El Beato, asistido por don Francisco Dalmazzo, tuvo con los dos personajes varias entrevistas, cuyo resultado entregó en un 1 Monseñor Duprat, en la oración fúnebre por el cardenal Cagliero, leída por él en la iglesia metropolitana de Buenos Aires el 26 de febrero de 1926. (**Es14.530**))
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