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((**Es14.519**) daño alguno, quedando ilesos cuantos se acogieron a la protección de tan poderosa defensora: todos los dardos perdían su eficacia al chocar contra el manto de María, cayendo despuntados al suelo. La Santísima Virgen, en un mar de luces, con el rostro radiante y una sonrisa de Paraíso, dijo repetidas veces: Ego diligentes me diligo: Yo amo a los que me aman. Poco a poco fue cesando aquella borrasca y, de los nuestros, ninguno fue víctima de aquel temporal o tempestad o terremoto, como queráis llamarlo. Yo no quise hacer gran caso de este sueño; pero escribí inmediatamente a todos las casas de Francia diciendo que estuviesen tranquilos. Algunos me preguntaron: ->>Cómo es que todos están preocupadísimos y solamente usted permanece tranquilo en medio de tantos peligros y de tantas amenazas? Yo les respondía simplemente que confiasen en la protección de la Virgen. Pero no se hizo caso. Escribí al Padre Guiol, párroco de San José, que no temiese, que las cosas se orientarían favorablemente, y él me respondió como quien no hubiese entendido mi carta. Y, en realidad, al considerar las cosas ahora que la borrasca ha pasado, se ve que lo sucedido tiene mucho de extraordinario. Ver expulsadas y dispersas a todas las Congregaciones francesas que, desde hacía mucho tiempo, se dedicaban a hacer el bien en Francia y después comprobar cómo la nuestra, que es extranjera, que vive del pan recogido entre los franceses... ante un periodismo desatado que grita contra el Gobierno porque no nos expulsa, y nosotros tan tranquilos, es cosa maravillosa. Que esto nos sirva de estímulo para depositar siempre nuestra confianza en la Santísima Virgen. Pero no nos ensoberbezcamos, pues bastaría un simple acto de vanagloria para que la Virgen se sintiese descontenta de nosotros y permitiese la victoria de los malos. -Pero también otras Congregaciones habrán sido muy devotas de la Virgen, dijo don Miguel Rúa; >>cómo es que...? -La Virgen hace lo que quiere, contestó don Bosco. Por otra parte, nuestras cosas comenzaron de esta forma extraordinaria, desde que yo tenía nueve o diez años. íMe pareció ver en la era de casa a tantos y tantos niños! Entonces una persona me dijo: ->>Por qué no los instruyes? -Porque no sé, le repliqué. -Ponte a instruirlos; yo te lo ordeno. Y yo estaba tan contento por aquel mandato que todos se dieron cuenta de mi alegría. Históricamente hablando, las cosas sucedieron de una manera muy sencilla. El Comisario encargado de proceder a la ejecución del decreto hubo de luchar hasta las diez de la noche para echar abajo las puertas y deshacer las barricadas del Convento de los Dominicos de la calle de Monteaux, de forma que lo avanzado de la hora le impidió dar el asalto a San León, que era la última casa religiosa que quedaba por cerrar. Después, ((**It14.610**)) durante la noche, le llegó al Gobernador una orden del Ministerio, comunicándole que suspendiese las ejecuciones; motivos de política ministerial aconsejaban cierta moderación. (**Es14.519**))
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